Amo el café. Me obsesiona el café.
Vivo por el café. Respiro gracias al café. Funciono gracias al café.
Ser maestra y tomar café es básicamente mi personalidad entera.
Y no, no era parte de mi plan ser maestra. Pero la vida me puso frente a un salón, un proyector y treinta adolescentes con cara de “¿por qué tengo que saber esto?”, y algo en mí hizo clic.
La historia siempre fue mi zona segura, como una amiga vieja que no cambia aunque todo a tu alrededor sí lo haga.
Pero también estaba la otra parte de mí: la que se desvela escribiendo, la que se emociona editando videos con letras y canciones para TikTok, la que ama ver cómo sus textos viajan por redes sin pedir permiso.
Soy maestra. Soy escritora. Soy una adicta al café con ansiedad creativa.
Y justo por eso, estaba en mi cafetería favorita, rogándole al universo por una dosis doble de cafeína que me devolviera la vida.
Lo pedí. Como siempre. Café negro, fuerte, sin azúcar. Justo como me gusta.
Y entonces lo probé.
Y fue como lamer pasto.
Matcha.
¿Perdón? ¿MATCHA?
Maldije internamente mientras me acercaba a la barra con cara de “alguien va a pagar por esto”, cuando escuché una voz a mi izquierda:
—¿Esto es café? Porque… sabe como si lo hubieran olvidado en una fogata.
Volteé. Y lo vi.
Pants grises. Playera de Mario Bros. Unos Nike que probablemente valen más que mi renta.
Lentes de sol colgando del cuello, auriculares grandes, cabello desordenado…
Y una cara que conocía.
Claro que lo conocía.
El tipo que hablaba por horas en Twitch, el que gritaba cuando perdía una partida, el que tomaba matcha como si fuera néctar divino.
Lo reconocí antes de que él siquiera me mirara.
Y todo por culpa de un café mal servido.
—Ese matcha es mío —solto, cruzandoce de brazos.
Él me miró, frunciendo el ceño mientras sostenía el vaso con desconfianza.
—¿Y por qué asumiría que tú tomas matcha? Tiene toda la pinta de ser un café.
—Porque lo pedí yo. Café, sin azúcar. Como las personas normales.
—¿Normales? Disculpa, pero el matcha es superior. Tiene antioxidantes y... es verde. Eso ya lo hace mejor.
—Claro, porque todo lo verde es delicioso. ¿También comes pasto?
—Solo cuando se me cae el control y me arrastro por el suelo —respondió, medio riéndose, medio tratando de ganar la discusión.
El barista, pobre alma en pena, nos miraba como si estuviera presenciando una pelea de pareja en su primer aniversario. Sacó los tickets, los comparó, y alzó las manos en señal de paz.
—Ok, sí... este es tu matcha —le dijo a él, señalándome a mí—, y este es tu café —añadió, pasándoselo al chico—. Lo siento, se me fueron los nombres cruzados.
—Gracias —dije, tomando el café con dignidad.
—Gracias a ti —dijo él, dándole un sorbo a su matcha como si acabara de ganar una guerra.
—No te emociones —añadí, girándome para volver a mi mesa.
—¿Tú eres...?
Me detuve.
Obvio que sabía quién era él, pero no esperaba que él supiera quién era yo.
Giré lentamente, como si eso hiciera menos obvia mi sorpresa.
—¿La maestra de historia fan del café con una cuenta viral de TikTok?
—¿El streamer que se viste como personaje de Nintendo y se pelea con niños de 12 años en directo?
Nos miramos un segundo.
Y el barista solo suspiró, deslizando el siguiente pedido sin atreverse a decir palabra.
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El Error
RomanceElla vive entre libros de historia, cafés oscuros y seguidores que aman sus escritos en Booktok. Él transmite videojuegos, comparte su vida en vivo y toma matcha como si fuera una religión. No tenían nada en común. Hasta que el destino (o un barista...
