Parte 1 Sin Título

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Aquí huele a mierda.

No es de extrañar, se han cagado en el suelo, junto al lavabo. Bueno, sí, he de admitirlo, he sido yo. Aun me chorrea algo de caldillo entre las piernas, cosas que pasan cuando llevas un buen pedal encima.

No pongas mala cara, sé que piensas que soy un cerdo, pero te dejo claro desde ya que tus juicios me los paso por el forro de los cojones. Ahora mira hacia otro lado que voy a meterme un loncho que no se lo salta ni un canguro.

Nieva, blanca Navidad.

Salgo del servicio y el bar me parece menos patético. Le pido un sol y sombra al camarero que, a pesar de la cara de imbécil que tiene, muestra unas dotes exquisitas en el desempeño de su labor. Bien mirado tampoco es ningún mérito, no hay que ser Einstein para mezclar un poco de anís con otro poco de Brandy en una copa. Total, que es lo que parece; un desgraciado que hace tiempo que por perder, perdió hasta la compañía de sus pelos. Son divagaciones mías mientras pienso en lo que me disfrutaría rompiéndole todos los dientes. En cierto modo me veo reflejado en él. Y eso no me gusta.

Noto que quiere decirme algo y no se atreve. Todas las miradas de los parroquianos están centradas en mi aunque oscilan hacia él a modo de reproche. Les incomoda mi presencia. Esas cosas se notan, y más cuando uno viste un albornoz rojo con capucha, va descalzo y huele a mierda. No sé que esperan de un hombre que salió del talego hace tres días después de pagar diez años y con ganas de vivir a tope, de recuperar el tiempo perdido.

Le digo al calvo que le va a pagar su puta madre y me voy pensando que lo mejor será pasar un rato por casa.

Beben y beben los peces en el río.

Ni el dueño, ni los clientes del bar han tenido cojones de recriminarme nada.

La noche se presenta fría y seca, tanto que me lloran los ojos. Tan fría y seca que invita a beber. Por un instante pienso en volver al interior del bar, pero decido que quizás no sea buena idea. Lo mejor será seguir con el plan inicial; pasar por casa.

Queda lejos, pero no tanto si atravieso el parque municipal; colorido y lleno de vida al amparo del sol, nido de alimañas nocturnas (como putas y maricones) con el permiso de la luna.

Creo que estoy de suerte. Un grupo de jóvenes hacen botellón a las puertas del recinto.

—Oh, oh, oh... soy el jodido espíritu de la puta Navidad, chavales... y me vais a servir un copazo —me presento intentando aparentar que mis palabras no son una orden.

Se trata de un grupo de tres chicas (a partir de ahora las llamaré: Putita 1, Putita 2 y Putita 3) acompañadas por un Mulo de metro noventa con una camiseta tan ajustada que llora por no petar y las mangas tan apretadas que dudo que llegue al final de la noche sin que tengan que amputarle los brazos. Presume de peinadito moderno y cejas depiladas al extremo de que parecen pintadas. No entiendo esa moda de cuidarse hasta el punto de perder todo rastro de virilidad. El caso es que seguro que los tres chochos que tiene a su alrededor están empapados y rugientes por su sola presencia.

—Vienes un poco sobrado, ¿no, nano? —me dice el Mulo con con los humos un tanto subidos. Le doblo en edad y piensa que su juventud y sus músculos le dan licencia para sobrarse conmigo.

—¿Nano? No entiendo esa jerga moderna —miento— ¿Qué tal si, en vez de un copazo, me das la botella entera?

—¿Y qué tal si me das un lametón en la punta de la polla? —saca pecho ante sus amigas— Largo de aquí, viejo.

—Rafa, déjalo —le aconseja Putita 1 mientras las otras dos tiran de él intentando evitar el conflicto.

—Por favor, señor, no queremos problemas —interviene Putita 2 que, a pesar del frío, viste unos de esos tejanos extremadamente cortos. Uno de esos que hacen imposible la contención de las cachas del culo.

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⏰ Última actualización: Jul 24, 2015 ⏰

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