Capítulo 1

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Cuando el pequeño Freddie asomaba su negra cabecita por detrás de la puerta con esa sonrisilla de granuja, Chastity sabía que podía tener motivos para preocuparse. Debía admitir que en algunas ocasiones deseaba con todas sus fuerzas que sus hermanos crecieran de una vez por todas, para que la ayudaran a traer un jornal a casa y que no dependieran todos de ella. Cuatro bocas que alimentar con un solo salario. Agradecía también que los tres pequeños no tuvieran un hambre voraz, pudiéndose repartir la comida para que les durara el mayor tiempo posible.

El niño abrió la puerta y caminó hacia su hermana, que estaba sentada delante de un pequeño escritorio con un vestido sobre sus rodillas. Siempre se le había dado bien la aguja, y gracias a ello había comenzado a trabajar como costurera para unas cuantas familias, algunas de ellas pertenecientes a la nobleza.

No quería ni pensar en qué hubiese sido de ellos de no haber encontrado un trabajo que le venía como anillo al dedo. Al poder ejercer su oficio en casa, podía estar con los pequeños, ya que tenía la firme decisión de no dejar que trabajaran hasta que tuvieran una edad adecuada. Ya sabía cómo explotaban a los niños y no iba a dejar que eso sucediera mientras pudieran sobrevivir con lo que ella traía al hogar.

Se habían mudado desde el campo hacía ya un año, después de que su padre falleciera, en busca de una oportunidad en la ciudad de Londres para tener una vida mejor. Y de momento no les iba nada mal. Desde luego, lo suyo había sido un golpe de suerte, y estaba dispuesta a aprovecharlo.

—¿Todo bien? —preguntó ella, dejando el vestido sobre el escritorio.

Freddie, que apenas tenía unos seis años, bajó la cabeza y entrecruzó las manos sobre la barriga.

—Freddie... —insistió, cariñosamente.

Se levantó de la silla y se acercó a su hermano, poniéndose de cuclillas. Entonces comenzó a hacerle cosquillas y el pequeño rompió en una carcajada sonora y aguda, agitándose entre los brazos de ella.

—¡Para! —gritó entre risas.

—¿Algo que decirme, Frederick Aldrich?

—¡Suéltame!

—¡Ni hablar, renacuajo!

Pero enseguida se unieron el resto de los hermanos Aldrich y Chastity no tuvo escapatoria. Se abalanzaron todos sobre ella, derribándola contra el suelo y echándose encima para que no pudiera moverse.

—¡Vosotros ganáis, chicos!

Se incorporaron los cuatro entre risotadas. Freddie, Charles y Joseph, los tres principitos de la familia, siendo Joseph el mayor con diez años. Curiosamente, eran todos rubios, como su madre, mientras que ella había heredado el color azabache de su padre. Eso sí, en cuánto a carácter, Chastity era la viva imagen de aquella mujer robusta que había luchado toda su vida para que a su familia no le faltara nunca de nada.

Sin duda, había adquirido la tozuda y persistente personalidad de la señora Aldrich, algo que a ojos de todo el pueblo nunca había sido nada positivo. Sus padres habían intentado desposarla varias veces con algún muchacho pero su comportamiento siempre terminaba por ahuyentar a los posibles pretendientes y sus familias. Su sinceridad la precedía en todas sus conversaciones y no se dejaba amedrentar por nadie, algo que, a su parecer, no era para nada vergonzante.

Era por ello, por lo que a sus veinticinco años seguía sin estar casada ni ser cortejada por ningún hombre, convirtiéndola en una pobre solterona y con ello, un objeto de lástima de la sociedad.

Pero nunca le había importado en demasía la opinión de los demás, y si en el pueblo había podido aguantar los cuchicheos y rumores, en una ciudad sería todo mucho más fácil. Además, se estaba ganando una buena reputación gracias a las telas y los vestidos que arreglaba para sus distinguidos clientes.

En la cama de un desconocidoWhere stories live. Discover now