Su magia era letal, pues carecía de varita cuando un maleficio desconocido me lanzo.
Solo fueron sus ojos...
Bastaron solo sus profundos ojos para robarme algo preciado: mi corazón.
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Mis ojos se entreabren. Toma unos segundos acostumbrarme a la oscuridad, está vez, no podía ver las tablas que apenas sostenían el techo, ni la marca que parecía una figura diferente por cada vez que la miraba.
Desconocía cuánto pude conciliar el sueño, fuesen las horas que fuesen tendría mi cuerpo que soportarlo ya que se que no podría dormirme nuevamente, quisiera culpar al lugar tétrico que me encontraba, pero, era un rasgo con el que nací, dormir ocho horas era cosa de afortunados.
Afortunados que evidentemente no habitaban este lugar, principalmente el coronaba la lista de desafortunados. Cuando mis labios susurraron su nombre algo a mi lado se movió.
— Lo siento, quise pedir permiso pero... — su voz casi imperceptible se escucho sin interrupciones, algo que agradecía, la mayoría del tiempo tenía que luchar entre bullicios para oírla.
— Sabes que no tienes que hacerlo, está habitación es un lugar totalmente accesible para ti — sabía que estaba cerca, pero cuando sentí su suspiro mover hebras de mi cabello supe que su cabeza estaba a la altura de la mía, luche con la tentación de hacer un lumus.
— ¿Puedo...
— ¿Puedo? — dije después de esperar a que acabará la pregunta y no lo hizo.
— ...seguir durmiendo contigo?
Sonreí — sabes que si, me lo preguntas cada vez que vienes.
— es una costumbre, no quiero hacer nada que no quieras.
Mirándolo, o observando a una dirección donde creía estaban sus ojos susurré — no hay absolutamente nada que puedas hacer que no quiera, no si eres tú Credence.
Me conforme con imaginar un sonrojo cohabitante en sus mejillas. Con la cabeza del chico en mi pecho asimile estar igual de sonrojada.
Quizás podría dormir un poco, a su lado encontraba un lugar seguro donde bajar la guardia era sencillo.
