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ESTAROSSA

Si te quedas aceptas mis reglas.

Ban llegó a la conclusión de que sería en vano preguntarle a su amigo sobre la joven que, rato antes, lo había deslumbrado. Así que se limitó a seguirle los pasos.

Tal como dijo Meliodas, los cirqueros ya iban rodando barriles de cerveza para festejar el triunfo de esa noche. Ya casi no había pueblerinos en la explanada, solo artistas y peones alegres.

A causa de un sentimiento secreto creciendo en su corazón, Ban no dejaba de sonreír.

—Ya quita esa cara, Ban —dijo Meliodas, adivinando los pensamientos del joven.

A lo lejos divisaron a un grupo de hombres que conversaban y fumaban a la luz de la luna; aunque estaba de espaldas, Ban reconoció al maestro de ceremonias: la ropa del presentador era inconfundible, sobre todo por el gran sombrero que sostenía en la mano izquierda.

A su lado una muchacha trataba de llamar su atención, intercambiaron algunas palabras, y ésta comenzó a alejarse de él por la ruta en la que Ban y Meliodas venían, sin poder evitar cruzarse en el camino con el par de amigos.

—Ya es tarde, Jericho. Ve a dormir —ordenó Meliodas.

—Ya no soy una niña chiquita para que me mandes a mi cuarto, Meliodas. Ya crecí —contestó la chica en franca rebeldía.

Estaba oscuro, pero Ban pudo observarla bien: la joven mujer vestía un conjunto de minifalda y blusa ajustada color cielo claro, sus cabellos lilas estaban peinados en dos coletas, y en su rostro usaba bastante pintura femenina. Sin embargo, debajo de todo ese maquillaje, se divisaba que solo era una jovencita de unos quince o dieciséis años de edad.

—¿De verdad?, que extraño, yo no veo a ninguna adulta; solo veo una mocosa que ya debería estar en la cama. Obedece. —Meliodas reanudó la marcha sin darle pie a responder.

La chiquilla dio un golpe al suelo con su taco, en forma de protesta, y finalmente: obedeció.

Ya estando cerca del grupo de circenses, Ban y Meliodas se detuvieron a esperar a que el jefe les prestara su atención.

—¿Y bien?, ¿qué tenemos aquí? —preguntó Estarossa lanzándoles una fugaz mirada—. ¿Mi querido hermanito tiene un nuevo amigo? —interrogó, sin darle mucha importancia al asunto.

El hermano menor de Meliodas era un hombre bastante apuesto: alto, de piel blanca, cabello plateado, y ojos negros. No se necesitaba estar mucho tiempo a su lado para darse cuenta de que, en personalidad, era arrogante y seguro de sí.

Esa noche estaba de buen humor, y compartía unas bebidas y cigarros con sus más fieles empleados: el show había tenido bastante éxito y querían celebrarlo. Claro que se trataba de algo exclusivo para la elite del negocio, y claramente Meliodas no era parte de él.

—Ban entiende mucho de animales. Tuvo una granja. Pienso que podrías darle un puesto como supervisor de esa sección —dijo el rubio con voz neutral, las manos en los bolsillos, y una actitud tranquila. Con solo decir eso ya había explicado su presencia en el lugar.

A simple vista se notaba que la relación entre los hermanos no era muy amena.

—¿De verdad? —El jefe de pista le dio otra calada a su cigarrillo—. Ya tenemos quien se encargue de los bichos, ¿por qué habría de gastar en otro plato de comida?

—Es un buen chico —respondió Meliodas, sin perder su natural postura relajada.

—El mundo está lleno de buenos chicos, y no por eso les doy trabajo —objetó Estarossa, provocando la risa de sus acompañantes.

Eᒪ ᑕIᖇᑕO ᗪEᒪ ᗩᗰOᖇWhere stories live. Discover now