—Es tarde, quédate a dormir en la cama y yo me quedaré en el sofá — se ofreció Kai—. Pero no quiero que vuelvas a oscuras y cansado por esa carretera de cabras que va a tu pueblo.

—No, no seas tonto. Durmamos en la cama y ya está —respondí, quitándole importancia con un gesto airado antes de frotarme los ojos. Kai tenía razón, era estúpido sentirme mal por quedarme con él, porque yo ya no le debía nada a nadie. Solo a mí mismo.

Así que, tras media hora más, nos levantamos para ir a la habitación. Me quedé de pie a un lado de la cama, con la cabeza gacha y mirando fijamente mis manos mientras me desabotonaba la camisa. Reflexionaba en lo que yo sentía y pensaba en muchas pequeñas cosas. Cuando me quité la camisa empecé a desabrocharme el pantalón corto y vi a Kai sacando el fino edredón tras haber abierto la ventana para que entrara el frescor de la noche. Todavía llevaba su ropa puesta.

—Kai, no seas gilipollas —murmuré, haciendo un gesto hacia su pantalón antes de bajarme el mío.

Él asintió y, antes de meterse en cama, se desnudó por completo. Ambos sabíamos que odiaba dormir con ropa puesta, incluso en invierno, y que solo estaba haciendo aquello para incomodarme lo menos posible. Nos metimos en la cama y me acomodé en la almohada, sin esforzarme tanto como Kai por dejar un espacio entre nosotros. Recuerdo haber cerrado los ojos y esperar tardar como mínimo una hora más en conciliar el sueño, porque esa solía ser la media de mis pasadas noches; sin embargo, me quedé dormido bastante deprisa. Quizá fuera el cansancio tras un día de intenso pedaleo bajo el sol o quizá fuera sentir la presencia de Kai a mí lado y saber que no estaba solo en un habitación oscura.

Al despertarme no sentí un peso sobre mí, pero sí un roce en el costado. Entreabrí los ojos con las primeras luces de la mañana y giré el rostro para ver a Kai en una de sus extrañas posturas de dormir: el brazo izquierdo sobre la cabeza tapándole los ojos, mostrando sus grandes brazos, la otra mano en la estomago, una pierna por encima del edredón, tirando de la manta hacia abajo y descubriendo su entrepierna al aire, mientras su otra pierna estaba doblada y era la que me rozaba, pegada a mi cuerpo.

Respiraba por entre los labios y a veces roncaba por lo bajo, deteniéndose solo cuando la saliva se le colaba en la garganta y entonces se detenía y tragaba antes de volver a roncar. Por estúpido que pudiera resultar, eso me hizo sonreír un poco.

Me froté el rostro y aparté el edredón con cuidado para no despertarle, cogí mi ropa y salí de la habitación para vestirme. Busqué las llaves de la casa sobre la barra de madera de la cocina y me fui con ellas a la calle.

Era domingo, pero las panaderías estaban abiertas y no tardé en encontrar una cercana para comprar un par de cruasanes y un café con leche para llevar. Me lo bebí por el camino de vuelta y tiré el envase en casa, junto con las cajas de pizza, las latas y las servilletas que habíamos usado; cerrando la bolsa al terminar para acordarme de tirarla cuando volviera a salir. Entonces puse el hervidor de agua a funcionar y busqué en las alacenas los filtros y el café para preparar un pequeña jarra.

—Vaya... —me sorprendió la voz de Kai a mis espaldas. Me giré y le vi de pie, con el pantalón corto sin nada debajo, mirando los cruasanes sobre la mesa—. Cuantos recuerdos... —murmuró.

—No finjas que no sabías que lo iba a hacer —respondí con una pequeña sonrisa, cruzado de brazos y con la cadera apoyada en la encimera de la cocina.

—No, no pensé que lo harías —respondió con tono serio, abriendo el papel de la panadería para descubrir los cruasanes. Partió la pata de uno y se la llevó a la boca antes de apoyar los brazos en la barra y mirarme—. ¿Qué le comprabas a Yeonjun ? —me preguntó entonces.

El jefe | YeongyuWhere stories live. Discover now