- 12 metros -

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El salto de los conejos de manera diagonal suele oscilar entre los tres metros. Saltan de esa manera tan apresurada para llegar a un destino deseoso.
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— Dios, dame paciencia porque si me das fuerzas me mato

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Dios, dame paciencia porque si me das fuerzas me mato...

El suspiro pesado que se escapó de sus labios se perdió en la completa soledad de aquella oficina. La oscuridad, apenas rota por el brillo de su monitor, comenzaba a molestarle los ojos. Habían pasado un par de días desde que compartió un momento junto a aquel niño en la pequeña pastelería, que le hizo olvidar un poco su mundo real que al final, el mundo real siempre volvía a ella.

— Me gustaría comer un poco de pastel de zanahoria... —murmuró, mientras su mirada cansada divagaba a su alrededor. — Me gustaría salir de aquí... —los suspiros se volvían más pesados. — Me gustaría ver a Izuku...

Rumi se dejó caer sobre su escritorio con delicadeza, usando sus brazos como almohada, y cerró los ojos lentamente. Junto a ella, unas cuantas hojas de papel con informes por llenar le acompañaban en su desolada cotidianidad.

— Niña conejo...

La suavidad de aquella voz la hizo reaccionar poco a poco.

Despierta... —una mano sobre su hombro la movía con gentileza. — Despierta, niña! —un movimiento brusco la hizo despertar al instante.

Sorprendida y ligeramente confundida, Rumi observó erráticamente a su alrededor hasta visualizar al causante de su malestar.

— Pajarraco, espero tengas una buena excusa. —sus ojos rojos se clavaron en el chico frente a ella, sonriente e inocente.

— Es hora de irnos, Rumi... —le sonrió mientras se alejaba. — Por cierto, hay un niño afuera preguntando por ti. No sabía que tuvieses admiradores siendo tan grosera.

— Calla, tu voz me molesta, Hawks... —Rumi golpeó la cabeza del chico con alas, quien se limitó a acariciar la zona afectada. — ¿El chico es un niño de cabello verde y pecas en las mejillas? —trató de no sonar muy interesada.

Hawks cerró los ojos tratando de recordar. — Creo que sí, ¿por qué?

— Oh, nada en particular. —Rumi intentó mantener un semblante serio, aunque su nariz y su colita de conejo se movían involuntariamente.

Al salir del edificio, el sonido de la ciudad la recibió. Autos, trenes, gente caminando con destinos inciertos y la muchedumbre se mezclaban con la noche, acompañada de estrellas y ráfagas de viento gélido.

— Niño friki... —sus ojos se clavaron en el chico sonriente frente a ella.

— Hola, señorita Rumi. —su sonrisa se intensificó al verla. — ¿Me extrañaste?

Saltos de conejo | IzukuxRumiWhere stories live. Discover now