Me retuerce un poco el estómago saber que ahora quiere congraciarse comprando cosas ricas cuando durante los últimos ocho años no ha sido capaz de preocuparse siquiera por comprarme un uniforme, pero no puedo darme el lujo de pasar hambre.

Veo cómo sale de la casa y me dan unas fuertes ganas de ir detrás de él y preguntarle por qué no le tiene un mínimo de respeto a mi madre y en cambio a esa mujer le prepara café todos los días, pero no vale la pena empezar una discusión, por lo menos no hasta que me haya ido y esté a salvo en los brazos de mamá. Cuando esté tranquila junto a ella, desbloquearé el número de ese hombre y le diré con todos los puntos el montón de cosas que ha hecho y que ha provocado que lo odie.

Mientras tanto, estaré pensando en ello y anotándolo todo en las notas de mi celular.

Miro por la ventana, esperando captar el beso que seguro van a darse. No pueden ser amigos, tienen que ser algo más. Están fingiendo para que no me entere y si tuviera un poco más de tiempo los descubriría y le diría, en especial a él, que todos los trucos que quiso utilizar no fueron suficientes para engañarme. Pero lo único que veo es cómo él le pasa el termo por la ventanilla del copiloto y se despide con la mano.

Sé que están ocultando algo.

Seguro le da dinero. No creo que sea posible que él pueda tener buenos amigos sin llegar a pagarles. Cuando se da la vuelta para regresar, doy un respingo y casi se me cae la leche encima. Levanto la cabeza para saber si me ha visto, pero se ha detenido a hablar con un chico. Parece de mi edad, quizá un poco mayor. No soy capaz de leerles los labios y tampoco parecen estar discutiendo. ¿De quién se trata?

Estoy tan concentrada intentando leer sus labios que casi no me da tiempo a ocultarme cuando ambos miran hacia aquí. Me apresuro a regresar a la cocina y me recuerdo que no puedo parecer sospechosa.

Endulzo con algo de prisa el café y casi corro hacia mi habitación. Estoy llegando a la puerta cuando lo escucho llamarme.

—¿Callie?

Me congelo.

¿Habrá descubierto mi plan? Lo único que hice fue correr, y estoy casi segura de que no me vio. ¿O me vi muy sospechosa mientras lo hacía y alcanzó a verme?

Agarro con fuerza la taza entre mis manos y me giro despacio, lista para lo que sea.

—No tomaste nada de la cocina.

Miro de nuevo mis manos y confirmo que la taza sigue ahí, entonces recuerdo los deliciosos bollos que están sobre la encimera. Considero decir que no tengo hambre, pero quizá eso me haría parecer más sospechosa.

Regreso sobre mis pasos y tomo un plato de la alacena antes de servirme algunos de los deliciosos panes. Tomo dos de mantequilla que se han convertido en mis favoritos y otro para completar, cuando paso por la sala, el hombre vuelve a hablar.

—¿Podemos hablar un momento?

—¿Para qué?

—Necesito preguntarte algo.

Me debato por unos instantes antes de aceptar a regañadientes. Aunque me moleste tener que hablar con él, algo que ha repetido muchas veces, es que cuanto antes le ponga atención, antes dejará de hablarme, es por eso que me quedo de pie y espero a que lo haga.

—Sé que aún estás adaptándote a la idea de estar en el pueblo y todo eso, pero muchas personas esperan conocerte, por ejemplo, la hija de uno de mis compañeros, a quien conociste de pasada, Tudor. Su hija tiene doce años y le gusta jugar al ajedrez. Le gustaría tener una partida contigo. Y también el vecino, Dan. No quiere mucho más que presumir que te conoce.

—¿Por qué me presumiría si ni siquiera sabe quién soy? ¿Y por qué crees que sé jugar al ajedrez?

—¿Sabes jugar al ajedrez?

—Pero podría no saber —digo a la defensiva.

—La cosa es que tienes esas dos invitaciones. Y a partir de mañana me acompañarás a la comisaría.

No. No, no, no, no. ¡Eso arruinaría mi plan!

—Pero, ¿por qué? Pensaba que todo eso de enseñarme el pueblo era para que pudiera quedarme tranquila en casa.

—No voy a dejarte sola ocho horas al día, eso no está a discusión, puedo traerte dos horas antes de que termine mi turno y que me esperes aquí, pero nada más.

—¡Tengo edad suficiente para quedarme sola! —le grito.

—Lo sé. Pero este verano ambos tendremos que hacer cosas para las que no estamos preparados e ignorar las que hemos repetido muchas veces.

—Esto es una tontería —digo sintiendo cómo los ojos me arden por las lágrimas y voy directo a mi habitación, completamente convencida de que he tomado la decisión correcta al querer escaparme y mucho más segura de que es lo que tengo que hacer, ahora solo necesito escabullirme sin que se de cuenta.


Nuestra nena lo está pasando mal.

¿Y si papá no es tan malo?Where stories live. Discover now