Capítulo 5- La locura de la señorita Rothinger

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Las institutrices son las heroínas olvidadas de la literatura victoriana, las guardianas de la moralidad y la sabiduría en un mundo de convenciones y restricciones.

Desconocido.

Las primeras tres noches en la propiedad del Gobernador resultaron fatídicas. Los niños sufrían de horribles pesadillas que despertaban a Emma en la habitación contigua. Por supuesto, ella se levantaba cuantas veces fueran necesarias para auxiliarlos. Aunque una doncella velaba por el pequeño Arthur, a Emma no le parecía suficiente. Prefería ocuparse ella misma, después de todo, el Gobernador le había encomendado la tarea de estar al lado de las criaturas en todo momento y las doncellas no estaban preparadas para ocuparse de los infantes. 

No albergaba esperanzas de permanecer allí más de dos semanas, pero eso no endurecía su corazón. Los niños seguían siendo su prioridad; después de todo, había ido allí para cuidarlos. Había ido allí para cumplir un sueño, para conocer un país distinto, vivir una aventura soñada, escapar de los recuerdos de su difunta madre adoptiva.

 Y también... por un pequeño problema del que se había visto obligada a huir precipitadamente. 

Llevaba varios meses paralizada por algo parecido al pánico. Y ella no era una mujer cobarde. Tenía miedo de que la culparan por intento de asesinato.

Después de terminar su último trabajo, había decidido casarse. No se lo había dicho ni siquiera a sus hermanos, solo se lo había comunicado al vicario de Minehead, quien estaba al corriente de la situación y la había ayudado a escapar.

El rumbo de las cosas, su intención de casarse y formar una familia, se había transformado por completo cuando Sylvie, su prometido y un buen amigo cuya proposición de matrimonio había aceptado, intentó violarla. Fue entonces cuando Sylvie mostró su verdadera naturaleza, justo después de que ella hubiera aceptado su propuesta de matrimonio. 

Todo había sido una rápida sucesión de eventos que desembocaron en tragedia. Aunque Sylvie no hubiera resultado muerto, seguramente estaba gravemente herido. Y a pesar de que lamentaba que las cosas hubieran llegado a ese punto, no podía arrepentirse de haberse defendido de ese canalla. Por eso, cuando el vicario de Minehead le habló de esa oferta de trabajo en India, aceptó sin dudarlo.

Esa era la verdad completa. Los motivos reales por los que estaba allí. 

Necesitaba permanecer en India, aunque si eso resultaba imposible, tendría que resignarse a su destino. Sylvie, como hijo menor del Barón de Munchassen, no poseía un poder desmesurado, pero su influencia superaba la suya. Podría haber recurrido a alguno de sus hermanos en busca de ayuda, pero no deseaba involucrarlos en lo que seguramente se convertiría en una verdadera tragedia. Jeremy, su hermano de sangre era un miembro de la marina y no quería manchar su reputación con un escándalo, y Joe, su hermano adoptivo, solía ensuciarse las manos con demasiada facilidad. No quería ser ella la que agrandara la lista de víctimas a manos de Joe Peyton, futuro Conde de Norfolk. 

Quizás, en caso de una verdadera emergencia, terminaría recurriendo a los Condes de Norfolk. Pero tampoco quería abusar de su bondad, suficiente habían hecho ellos para ayudarla; amparándola desde su niñez cuando la encontraron huérfano en el puerto de Francia.

 Y, en parte, todo aquello había sido su culpa. Por aceptar una propuesta de matrimonio sin consultarlo con nadie previamente.  Se frotó la cara con ambas manos, lamentando profundamente haber aceptado la propuesta de matrimonio de Sylvie. 

Lo había hecho porque ya tenía treinta y un años, y su deseo de tener hijos propios era demasiado fuerte como para ignorarlo. Sin embargo, en su corazón, sabía que lo que había sentido por Sylvie no había sido más que una bonita amistad. Esa amistad se vio tristemente arruinada por el intento de abuso que él perpetró una tarde, bajo el pretexto de tomar el té en su casa. 

El diario de una institutrizWhere stories live. Discover now