CAPÍTULO 8 - CONTACTO

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No hay nada a mi alrededor. La basta negrura me absorbe y mis oídos escuchan el silencio inexistente de mi cabeza. No estoy muerta, pero tampoco estoy despierta. No estoy soñando, pero veo.

Veo un cuarto de juegos. Algo en mi cabeza me dice que esto ocurrió hace muchos años, algo me grita que lo que veo forma parte de la realidad. ¿Quién eres? La habitación es grande, quizá sea una escuela o una guardería. Hay enormes ventanales en uno de los laterales, sustituyendo la pared. La luz del sol se cuela por los cristales y puedo ver un hermoso jardín en el exterior, más allá hay montañas y un cielo azulado precioso. No sé quién soy, pero estoy aquí. O estuve. Camino por la sala mirando el suelo alfombrado con juguetes de madera desperdigados como si se tratara de basura.

—Aún no han llegado los niños. —Estoy hablando, o más bien la persona que soy en este momento habla. —Te hablo a ti, Jade. Cuanto más trates de comprender de forma artificial, más difícil se volverá esto. —¿Puedes hablarme? —Sí, pero no te recomiendo que me respondas. Sólo mira y aprende. —¿Qué debería mirar?

La respuesta llega de inmediato. Varios niños de no más de seis años entran como un torbellino en la sala de juegos. Algunos de la mano de sus padres, otros sin acompañante. Todos ríen y se divierten, estaban deseando venir aquí.

—¿Hoy se encargará usted de los niños? —me pregunta uno de los padres, dejando ir a su hijo.

—Así es. Me toca guardería esta mañana.

—¿Día de suerte?

—Quizá para otra. —No parece que me gusten los niños. Es extraño, sus emociones se mezclan con las mías.

El padre se aleja y poco a poco la sala se va despejando de adultos. Me quedo sola con los niños, aunque ninguno me presta atención. Están demasiado entretenidos entre ellos, jugando y poniéndose al día. Me encantaría poder moverme con libertad, pero esta persona se mueve por mí.

—Pienso aprovechar cada momento que pueda para mostrarte a qué mundo perteneces. —¿Me hablas a mi de nuevo? —Sí, no me respondas. Lo que estás viendo ahora es una guardería, pero no una cualquiera. Los niños aquí presentes comparten un legado y un destino. Observa bien.

No estoy segura de qué debo observar. Los niños parecen normales, no hay nada que llame mi atención... Un momento, ya lo veo. Algunos llevan colgantes muy similares al de Atwood, aunque no distingo bien sus formas desde aquí. ¿Por qué no puedo verlos más de cerca?

—Aunque puedo interactuar contigo, lo que ves forma parte de algo que ya ha sucedido. No puedo controlar mis movimientos, ni tampoco los de los demás. No hay nada que podamos hacer para intervenir en lo que ves, tan sólo nuestras consciencias son libres en este momento.

Si esos niños llevan colgantes como los de Atwood, quizá él mismo esté entre los pequeños. De estarlo, no lo reconozco entre la multitud.

—Observa mejor, no es a Atwood a quien buscas.

Me estoy moviendo entre los niños, pero mis ojos apenas se centran en ellos. Menos mal que algunos de ellos entran en mi campo de visión, de lo contrario sólo vería las paredes. Espera, ¿esa soy yo? Hay una niña de unos cuatro años, pelirroja, con la cara pálida y los ojos marrones. Podría ser yo, aunque no estoy segura.

—Abre tu mente, Jade. Libera tus otros sentidos, no sólo percibes el mundo con tus ojos.

Tiene razón, tengo otros sentidos. Debería tratar de escuchar a los niños, quizá alguno diga algo relevante.

—¡Es mío! ¡No lo toques!

—Mi mamá dice que el tío Aaron no va a volver.

—¡Deberíamos estar jugando a los cromos!

—¡Para Anne, suelta esa espada!

No lo entiendo, nada de lo que dice los niños significa algo para mí. ¿Por qué me muestras esto? ¿Qué quieres que vea?

—Nuestra conexión es muy débil en estos momentos, pero se fortalece cada día. El mundo de los sueños es la vía más directa para nuestro vínculo, pero puedo aprovechar momentos de inconsciencia como este para entrenar tus sentidos. Abre tu mente, Jade, libera tus miedos y déjate llevar.

Hay alguien en la puerta, lo estoy mirando desde aquí. ¿Quién es? Es un hombre alto, con barba recortada y viste de forma muy rara. Parece un guerrero o un explorador.

—¿Podemos hablar un momento? —Casi no me había dado cuenta, pero me estaba hablando. Mis sentidos no funcionan bien en estos sueños.

—Claro, Gran Maestre, pero tendremos que hacerlo aquí. No puedo abandonar a los niños.

—Por supuesto, no hay problema. —El hombre se acerca a mí, pero no demasiado. Quizá no seamos muy cercanos. —Necesito una audiencia con el Consejo.

—No es a mí a quien debes pedírselo.

—Sé que hay canales oficiales, pero también sé que tú me escucharás mejor.

—Gran Maestre, me temo que si lo que vienes a pedirme es ayuda extraoficial voy a tener que rechazar tu propuesta de conversar. —¿Qué será eso de Gran Maestre? Parece un título viejo, pero el hombre no tendrá más de treinta años.

—Se nos acaba el tiempo. Si el Consejo no autoriza las misiones de reconocimiento, las órdenes se van a impacientar. Ya hemos localizado varias bases, es cuestión de tiempo que...

—Hay normas, Gran Maestre. Si no las cumplimos, me temo que esto podría convertirse en una anarquía ingobernable.

—¿De qué servirán las normas cuando las garras del enemigo se cierren alrededor de nuestros cuellos? —El hombre se ve alterado. —No quiero dejar a mi hijo en un mundo sin futuro ni esperanza.

—Comprendo que la paternidad ha cambiado tu punto de vista con respecto a la misión, pero no ha cambiado el mundo. Las cosas siguen igual ahora que antes de que tu hijo naciera. —Miro hacia los niños, ¿debería ver algo? —No lo traes a la guardería.

—Alena prefiere educarlo en casa, al menos por ahora. Es muy desconfiado.

—Pasar más tiempo con niños de su edad le ayudará, Gran Maestre. Hay muchos niños que, al igual que él, necesitan un empujoncito para alejarse del nido.

—No nos desviemos del tema, por favor. ¿Me ayudarás con el Consejo?

—No puedo comprometerme con esto, ya te lo he dicho. Si de verdad crees que habría que cambiar algo del plan, convoca una reunión mediante las vías oficiales.

—No me puedo creer que haya venido después de todo. Sabía que esto sería una pérdida de tiempo. —El hombre golpea la pared con el puño, no veo a los niños, pero escucho menos ruido que antes. Seguro que se han asustado. —James tenía razón.

El hombre da media vuelta, parece que se marcha. No me muevo, sigo mirándole fijamente sin decir nada.

—Espera, Tiberius. —El hombre se detiene, ¿hay esperanza? ¿De qué lado debería estar yo? —¿Qué te ha dicho James?

—Lo suficiente. Hay muchas cosas aquí que no funcionan, la gente está empezando a hablar.

—Este tipo de comportamientos pueden provocar rupturas en nuestros vínculos, Tiberius. Con gran pesar, creo que convocaré al Consejo para debatir sobre este tema con urgencia...y con aquellos otros que puedan estar relacionados.

No me veo la cara, pero seguro que estoy sonriendo. El hombre me está mirando, también sonríe. Su sonrisa no es de felicidad, sino más bien de esperanza. Sin decir nada más, el hombre inclina la cabeza hacia mí y se marcha. Parecía agradecido.

—Lo que acabas de ver es un fragmento de un recuerdo que ambas compartimos, Jade. Es uno de los...pocos...rescatar...tiempo...

¿Qué ocurre? ¿Hola? ¡No te escucho!

—El vínculo...fuerte...despiertas...mente...

Las imágenes a mi alrededor se vuelven más y más borrosas, ya no escucho la voz ni ninguna otra cosa. Siento que todo me da vueltas, paso del color al blanco y negro y de la oscuridad a la luz intensa y cegadora. Estoy despertando, vuelvo al mundo real.

Wizarding World: Las Bóvedas MalditasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora