Prólogo

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Interior de un bar nocturno.

El ambiente está cargado y oscuro, con luces parpadeantes y música estruendosa de fondo. En una esquina, Fuutaro, de 37 años, capitán de policía, se encuentra junto a un grupo de agentes, todos preparados para una redada.

Fuutaro observa con mirada fría y seria el lugar, su rostro iluminado por destellos intermitentes de las luces del bar. Tiene tatuajes visibles en los brazos y el cuello, mostrando su pasado tumultuoso. Su semblante denota determinación y una pizca de desagrado ante la escena que se desarrolla ante él.

Fuutaro: (murmurando para sí mismo) Malditos explotadores...

Los agentes avanzan por el lugar, desplazándose entre la multitud de clientes y bailarines. Fuutaro sigue su paso con paso firme, su expresión endureciéndose cada vez más a medida que observa la situación de las jóvenes que trabajan en el lugar, todas aparentemente atrapadas en un ciclo de explotación y abuso.

De repente, un grito rompe el bullicio del bar, seguido por el sonido de cristales rotos. Los agentes irrumpen en acción, rodeando a un hombre que intenta huir entre la confusión.

Fuutaro se abalanza hacia el individuo, su rostro enmascarado por una determinación implacable. Sus músculos se tensan, listos para detener al proxeneta y poner fin a su reinado de terror sobre las jóvenes del bar.

La redada continúa con intensidad, mientras Fuutaro lidera el asalto con la precisión de un depredador. Su mirada fría se encuentra ahora llena de fuego, alimentada por la injusticia que presencia. En ese momento, se promete a sí mismo hacer todo lo posible para proteger a aquellos que no pueden protegerse a sí mismos.

Fuutaro avanza con cautela a través del tumulto del bar, su mirada fija en el proxeneta, quien tiene a una joven retenida con un arma apuntándole.

Fuutaro: (con voz firme) ¡Alto ahí!

El proxeneta se gira bruscamente hacia Fuutaro, su rostro retorcido por la sorpresa y la ira.

Proxeneta: ¿Quién demonios...?

Fuutaro: Soy detective, y esto se acabó para ti. Suéltala y bájate el arma.

El proxeneta mira a Fuutaro con desdén, pero algo en la mirada fría del oficial le hace dudar por un instante.

Proxeneta: ¿Y por qué debería escucharte a ti?

Fuutaro: Porque si no lo haces, terminarás enfrentándote a toda una brigada de agentes de la ley. Y créeme, no querrás eso.

El proxeneta aprieta el arma con más fuerza contra la joven, pero su confianza comienza a tambalearse ante la presión de Fuutaro.

Proxeneta: ¡No me amenaces, maldito policía!

Fuutaro: No estoy amenazando, solo te estoy advirtiendo. Tienes dos opciones: rendirte pacíficamente y enfrentar las consecuencias de tus acciones, o seguir por el camino de la resistencia y terminar en una celda durante el resto de tu miserable vida.

Fuutaro se acerca con cautela al proxeneta, pero en un movimiento repentino, el criminal saca un arma y apunta hacia la joven liberada. Antes de que alguien pueda reaccionar, el sonido ensordecedor de un disparo rompe el aire y la joven cae al suelo, herida.

Fuutaro: ¡No!

Un rugido de furia escapa de los labios de Fuutaro mientras se lanza hacia el proxeneta, sus puños convertidos en martillos de justicia. Golpe tras golpe, descarga su ira sobre el criminal, cada golpe llevando consigo la fuerza de su indignación y su determinación de hacer justicia.

Justicia, quintillizas y pasadoWhere stories live. Discover now