Graduación

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No sé por qué lo pienso tanto, no es nada del otro mundo, y el saber que probablemente nunca más nos volveremos a ver debería darme la fuerza necesaria

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No sé por qué lo pienso tanto, no es nada del otro mundo, y el saber que probablemente nunca más nos volveremos a ver debería darme la fuerza necesaria. Pero algo me refrena, me limita, me detiene, me hace dudar, me acobarda...

¿Qué tengo que perder? ¡Absolutamente nada! Lo de hoy, mañana será solo un recuerdo, uno lejano. En esta etapa de la vida que estamos tan enfocados en el futuro, es normal que nimiedades como estas pasen a segundo o tercer plano.

¿Consecuencias? Tal vez un golpe o dos, quizá sean muchos más, pero no me importaría, no; luego los moretones sería para mí como las condecoraciones que reciben los valientes soldados que van a la guerra y sobreviven. Lo mío no es tan extremo, claro que no, pero sí requería de mucho valor.

Entonces, ¿por qué no podía moverme?

Todo y todos a mí alrededor se movían de manera normal. Escuchaba las risas, los llantos, las felicitaciones, los suspiros, murmullos que el viento transportaba más allá de lo que cualquiera sería capaz de imaginar. Mis padres estaban a mi lado. Me revolvían el cabello, me llenaban de mimos que me habrían resultado vergonzosos en cualquier otra situación pero que en ese momento me proporcionaban un temprano consuelo.

No esperaba mucho, sinceramente. No era estúpido, no era ingenuo. No me pasaba el día fantaseando cosas que la razón misma se encarga de negar. Incluso así, albergaba algo de esperanza dentro de mí. Y bueno, quizá por esto sí era algo estúpido e ingenuo, lo normal en cualquier persona de esta edad

—¿Irás a despedirte de tus amigos? —preguntó mamá. Sus ojos estaban llorosos pero sus labios sonreían de manera hermosa, casi angelical. Me sentí orgulloso de mí mismo, pocas veces había logrado que mi madre me regalara una sonrisa de tal magnitud—. ¿O acaso te han invitado a alguna fiesta? Sí es así podemos dejar la cena para después, tú no te preocupes y ve a divertirte con ellos.

¿Fiesta? Sí, recibí un par de invitaciones. Pero mis padres habían soportado bastante y me parecía mejor celebrar con ellos.

—Me iré a despedir —le contesté a mi madre mientras le daba ese rollito de papel amarrado con cinta que de manera sombólica decía que ya no era más un estudiante de bachillerato.

Bueno, mamá me había dado el pequeño empujoncito que necesitaba. Me despediría en orden; a él lo dejaría de último.

Me costó mucho trabajo atravesar la eufórica multitud. Fue una odisea que no me gustaría volver a experimentar en mi vida. Al fin fui capaz de encontrar a cada uno de mis amigos con quienes intercambié unas cuantas palabras al tiempo que aprovechaba a disculparme por no asistir a las fiestas a las cuales había sido invitado.

Ahora tocaba lo bueno. Aunque no me fue difícil encontrarlo, sí necesité mucho tiempo para recolectar todo mi valor y usarlo de una buena vez. No era una confesión, de antemano sabía que me rechazaría. Él tampoco era mi mejor amigo, así que tenía que estar preparado para recibir golpes. Incluso, como venganza, él podía comenzar a esparcir el rumor de mi homosexualidad. Cosa que no me importaba, yo ya lo había hablado con mis padres, y aunque aún no recibo su apoyo en un cien por ciento, jamás me abandonaron de ninguna de las maneras posibles. Así que él podía arremeter en mi contra como mejor le pareciera. Yo estaba listo para todo.

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