Capítulo 24 - Dualidad (Primera parte)

Start from the beginning
                                    

Hay un largo silencio en el que él mira el café que solo ha probado una vez.

—No voy a negar que la idea tiene su atractivo... —prosigue él—. Pero, Maya, ¿y si esto nos hace mal? ¿Y si perdemos más estabilidad?

Suspiro. Sergio tiene razón, pero permanezco aferrada al plan.

¡Es hora de ser más convincente! Buscar otro amante no tendría el mismo impacto para Benjamín y Mabel.

—Estoy cansada de sufrir en silencio —finjo que se me quiebra la voz—. Ya no me importa lo que mi esposo piense. Además, si nos apegamos a la primera regla del swinging, no tiene que complicarse nada, ¿o sí? —Enseguida la rememoro—: Es...sin compromiso afectivo, ¿cierto?

De pronto, Sergio sujeta mi mano sobre la mesa.

—No va a funcionar —asegura.

Esa confianza comienza a irritarme.

—¿Por qué no? —insisto todavía calmada—. Tú cumples al pie de la letra las reglas, ya lo demostraste.

Él niega con la cabeza.

—Esto es otra cosa.

—¡¿Por qué?! —ahí la voz sale un poco más alta, de lo cual me arrepiento de inmediato.

—¿Querés saber qué pienso?

—Por supuesto —respondo enseguida.

Sergio se inclina más.

Esa cercanía me hace tener un escalofrío que disimulo.

—Entre nosotros hay atracción. —Con su dedo me apunta y luego se señala él—. Nos gustamos. Si nos enganchamos en serio, tarde o temprano alguno va a terminar afectado. ¡Pará! —Levanta la mano cuando ve que quiero interrumpirlo—. Uno de los dos se va a enamorar, y... a mí no me molestaría, pero ¿y a vos?

Quedo pensativa. En definitiva, no está en mis planes entregarle el corazón a un hombre con esas "prácticas". Sería pasar de un infiel a un potencial infiel que ni siquiera piensa en divorciarse. ¡No, no me voy a enamorar! Es verdad que me atrae, mucho, pero amar es muy distinto a tener sexo, se trata de un sentimiento profundo y precioso que no volveré a darle a cualquiera que me hable bonito.

—Hagamos una cosa —prosigo más animada—, piénsalo unos días.

Sergio sigue observándome y me percato de que medio sonríe.

—No tengo nada que pensar. Si me querés, me tenés. Úsame —después de decirlo bebe en serio del café.

Por dentro estoy festejando.

—Te propongo que cumplamos fantasías juntos, que no solo seamos tú y yo. Podemos intercambiar, invitar a otros... Así será difícil que nazcan sentimientos.

Él sonríe más amplio, pero es una sonrisa que no refleja burla, sino complicidad.

Extiendo la mano.

—¿Hecho?

Sergio me da un apretón.

—Hecho —responde.

Si Benjamín cree que no sé jugar sucio, está muy equivocado.

Procuro que a mi regreso a casa se note que acabo de salir de un hotel. Llevo el cabello húmedo y la blusa con los dos botones superiores sueltos.

En cuanto se abre la cortina de la cochera techada, ¡oh sorpresa!, veo que Benjamín está ahí parado. Parece custodiado por Héctor y dos de sus amigos. Tiene sentido, hay una puerta trasera que conecta con la casa.

Supongo que se coló por allí.

Apenas bajo del automóvil, Héctor me aborda.

—¡Señora, se resiste a irse! —informa agitado, quizá también furioso, pero lo esconde bien.

Paso de largo de Benjamín. Para mí, el ya no merece mis atenciones.

—¿Sacaste mis cosas por tu capricho? —Mi aferrado esposo va detrás de mí.

No detengo el paso.

Los dos hombres que se encuentran vigilantes lo detienen por el pecho y Héctor se coloca detrás.

—Maya, hablemos... —de nuevo hace su voz de lástima.

¡Ahí va otra su súplica absurda!

Giro incrédula y regreso dos pasos.

Benjamín no tiene forma de moverse, está acorralado.

—¿No sabes leer? Pensé que lo escribí nítido. Me voy a divorciar de ti y no hay nada que "hablar". —Hago la seña con los dedos—, arregle.

—Diles a estos nacos que me suelten. —Trata de zafarse.

La manera despectiva en la que lo pide me enfurece. Siempre he sido partidaria de ser respetuosa con los demás.

Inclino la cabeza hacia Benjamín.

—Uno de estos "nacos" coge mucho más rico que tú —digo en voz baja, y con la vista apunto hacia Héctor.

Benjamín pretende forcejear, pero pronto desiste. Son tres contra uno, y se trata de uno nada experimentado en el contacto cuerpo a cuerpo.

—¡Eres una...! —brama, pero se silencia enseguida. La palabra le arde en los labios, se le nota.

Nada de lo que diga me va a alterar, al menos no frente a él, lo he decidido. Por eso, continúo en la misma postura.

—Por cierto. —Me acerco un poco más—, pregúntame, ¿de dónde vengo? —eso sale con bastante gusto.

—Déjame adivinar. De meterte con algún ¡naco! —Al terminar sus ojos se abren de par en par.

—¿En serio no sabes? —Extiendo una sonrisa de oreja a oreja.

Benjamín no responde.

Anhelo de verdad que tenga aunque sea una ligera sospecha.

—¿Así quieres que terminemos? ¿Después de todos estos años que compartimos? —Intenta tocarme, pero uno de los hombres lo regresa a su lugar.

Guardo silencio un instante. La dolorosa punzada me ataca inflexible.

—¡Sí, eso es todo! —esas son palabras que corroen mi espíritu—. Es lo mejor para los dos. Deja que encuentre mi camino. Por lo que leí, tú ya lo encontraste. —Mis ojos amenazan con dejarme en evidencia, pero lucho por contenerlos—. Ahora, te voy a pedir que te vayas o estos tres caballeros te van a sacar a patadas.

La expresión de Benjamín se convierte en una endurecida.

—Tú me amas a mí —dice convencido, luego se acomoda las mangas de la camisa—. Pero tranquila, te daré unos días, como la otra vez. Regresaré, te lo juro.

Una sonrisa amarga aparece en mis labios.

—Suerte con eso —le deseo, antes de retirarme.

Héctor sabe lo que tiene que hacer si no se va ya.

**********

El término naco se utiliza para describir personas, comportamientos u opciones estéticas consideradas como no refinadas o poco sofisticadas, a menudo de manera sarcástica.

Detrás de las Puertas ©Where stories live. Discover now