Capítulo 37

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Ellie

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Ellie

Carl no ha hablado conmigo desde que me sacó de la cabaña en las montañas Peaks, desde que observé en primera fila cómo las cuentas fueron cobradas y la justicia servida. No pude desearle menos al ser despreciable que es Cyril por todo lo que me hizo pasar, destrozando mis ilusiones con la falsa noticia positiva de un embarazo. Todavía siento sobre mí las garras afiladas de esa pesadilla y no estoy asimilando el cálido y amoroso recibimiento que me dieron las chicas, incluyendo poner unos hermosos girasoles en la habitación cuando deberían estar enojadas conmigo ni a un Carl con todos sus sentidos conectados a mí y en extremo protector, pero que sigue herido por mi mala decisión. Él me sigue amando, me lo repite, lo siento cuando me toca y me besa en cada oportunidad, pero aunque yo lo ame con la misma intensidad, nada está bien. Y tengo que arreglarlo. Con él, con todos. Solo que aún no sé cómo.

—¿Cómo está? —pregunta Carl sin moverse de mi lado desde que llegamos al club.

—Más tranquila y menos deshidratada, pero sigue necesitando descanso —le informa Brandon al quitarme la intravenosa con el suero—. Solo toma el medicamento para la ansiedad si sientes que lo necesitas y usa dos veces al día la crema que te he dejado para tus laceraciones.

Asiento con suavidad. —Agradezco inmensamente su ayuda, doctor Brandon —expreso sincera.

—No hay de qué, Ellie, y en verdad lamento que se haya malinterpretado de manera tan ruin los exámenes que te envié. Llámame con toda confianza si necesitas hablarlo. Ambos —mira a Carl que asiente en silencio—. Procura que coma algo más que medio sándwich.

—Lo haré, doc —responde con esa voz profunda que siempre me afecta. 

Después de tocar su hombro en gesto de apoyo, el galeno sale de la habitación cargando su maletín.

Carl me está observando, lo siento en cada poro de mi piel, y cuando elevo mis ojos hacia él solo por varios segundos, lo confirmo. 

—¿Hasta cuándo seguirás haciendo eso?

—¿Qué estoy haciendo? —Mis dedos arrugan la sábana blanca.

—Huir de mí. Es como si ya no quisieras conectarte conmigo.

El dolor en su voz desde el final de la cama pulveriza mi corazón. —Quiero, pero no creo merecerlo ahora mismo. —Mis propias palabras duelen, pero es la verdad.

Carl suspira y entonces escucho el roce de sus prendas y su caída al suelo.

Cuando alzo la vista, él ya está casi desnudo. Mi aliento se traba. —¿Qué haces? —Mi cuerpo reacciona con naturalidad al suyo. Un precioso y perfecto adonis que fue todo mío.

—Voy a bañarme —camina hacia mí como vino a este mundo y extiende su brazo—. Contigo.

Mi estómago da ese sobresalto de emoción mientras él espera con paciencia por mí. Ni siquiera merezco tocarlo, pero lo extraño con ansias que quiebran mi cordura y tomo su mano, mi cuerpo sintiendo esas chispas maravillosas de siempre ante su masculino toque. Cuando estoy de pie frente a su formidable y musculoso cuerpo, sus manos acunan mi rostro y besa con delicadeza mis labios. Después de darme una mirada cargada de tanto amor y deseo que me roba todo el aliento, en silencio me quita la ropa y me carga hasta la ducha. El agua caliente se siente divina sobre mi cuerpo cansado y magullado, pero son las manos de Carl las que proveen alivio inmediato contra cualquier dolor e incomodidad, lavando mi piel y mi cabello con delicada minuciosidad. Cuando ya no queda espuma, deja un rastro de besos en mi clavícula que me erizan toda, mis partes íntimas doliendo por sentirlo dentro de mí, pero hasta eso me lo niego.

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⏰ Última actualización: Apr 16 ⏰

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