Deslizándose por los sótanos

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El primer asaltante entró por la apertura que había tardado menos de media hora en abrir en aquella parte del muro que ya estaba desgastado por el paso del tiempo

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El primer asaltante entró por la apertura que había tardado menos de media hora en abrir en aquella parte del muro que ya estaba desgastado por el paso del tiempo. No era muy grande pero era suficiente para que entrara un hombre sin dificultad por ella. El que diera a una calle poco concurrida y además fuera de noche favorecía lo que estaban a punto de hacer. Querían entrar en aquel recinto sagrado y profanarlo: como cuando los perros marcan su territorio, querían señalar que aquello era ya su terreno y que, por tanto, iban a empezar a imponer sus leyes.

El asaltante sonrió para sus adentros: no había nadie a la vista porque aquel lugar quedaba solo por la noche y cabía la posibilidad de llegar a la puerta principal sin ser vistos, para abrirla y poder dejar entrar a los que les esperaban fuera, en la puerta más grande de aquella (impresionante) construcción.

Los asaltantes no se habían dado cuenta pero, mientras entraban por la apertura, algo se movía ágil e ingrávido entre las paredes de aquel lugar inmenso. Algo que era mucho más peligroso que 20.000 guardias armados y que les siguió incansablemente por todos los pasillos angostos, solitarios y lóbregos del viejo templo. Sin ruido, no se sentía nada, más allá de una leve brisa por allí o una bajada de las temperaturas que cualquiera podía confundir con una simple corriente de aire u otro fenómeno semejante. Ya se sabe, un sitio demasiado antiguo, demasiado gastado en el que algunos afirmaban haber oído susurros, mientras que otros, quizás menos sugestionables, sólo decían que eran corrientes de aire.

Bien sabía aquella entidad entre blanquecina y trasparente que esos ruidos no estaban provocados por el aire: si hubiera tenido cara, al oír el plan de aquellos descerebrados, una expresión de insospechado gozo hubiera aparecido en sus facciones porque aquellos seres, que estaban penetrando en sus dominios, no eran invitados ni bienvenidos en ellos. Y pronto iban a saber su error.

Desde su escondite, vio cómo accionaban una gran palanca y penetraban en la nave principal de la imponente construcción religiosa. La entidad se deslizó suavemente hacia el siguiente escondite desde donde no sólo veía sino sobre todo percibía todo lo que hacían: sus temores, sus inseguridades, incluso, la seguridad insegura de que todo iba a salir como estaba planeado. Era eso precisamente lo que más le incitaba a reírse... si hubiera podido.

Se escondieron detrás de aquella construcción portátil en la que había visto que la gente hablaba con los encargados del templo de sus cosas. De repente, percibió que el guardián del templo estaba dormido profundamente, algo raro porque aquel hombre casi nunca dormía así. Pero no podía preocuparse ahora de él, sólo de lo que pasaba porque los intrusos estaban cerca de llegar a la puerta principal del templo, ahora cerrada a cal y canto para descorrer los cerrojos. La entidad vaciló: ¿era mejor intervenir ahora o después cuando hubiera más?

No, mejor ahora: no sabía cuántos iban a entrar por aquella puerta, así que era mejor intervenir ya. Se deslizó hacia la apertura más próxima y movió una de las estatuas: aplastó a uno, a otro le partió una pierna pero no llegó al tercero que, sin mirar hacia lo que ocurría a sus espaldas, continuó corriendo. Se le ocurrió otra cosa: empujó al primer muerto bajo los pies del que corría y cayó también como si fuera una hoja despegada de una rama de un árbol.

Ahora sólo quedaba saber quiénes estaban fuera... y por qué les habían dejado entrar... Aquello necesitaba la presencia de aquel hombre calvo y gordo que aún dormía a pierna suelta, porque necesitaba atar a aquellos hombres. Al menos a dos de ellos: el tercero no volvería a respirar.

Sin embargo, percibió algo que le hizo temblar: había otra presencia allí, alguien oscuro que había ayudado a aquellos hombres a entrar. Nunca se había enfrentado a un ente así: debía despertar al calvo y volver a esconderse. Aquella presencia no estaba nada contenta... y la entidad no sabía quién era... Pero sabría cómo averiguarlo: aquella entidad maligna podía ser muy poderosa pero la entidad era mucho más rápida y etérea. Dejó entreabierto un ventanuco pequeño para seguir oyendo lo que pasara allí y se deslizó ingrávida por los estrechos pasillos del primer sótano hasta donde dormía el guardián. Algo le decía que el sueño del calvo no era natural...

Una historia singularWhere stories live. Discover now