-No puedo... No puedo respirar... -Las lagrimas por fin desfilaron una a una por sus mejillas alcanzando el punto en su barbilla y goteando hasta tocar el suelo –Me he dejado el inhalador... No puedo respirar.

Juan Pedro masculló algo y la levantó en brazos llevándola a la habitación de él y depositándola en la cama. Mariana respiró calmada y profundamente intentando no sollozar porque sabía perfectamente que si lo hacía, la situación sería peor.

Juan Pedro gritó el nombre de Nicolás y de algunos otros sirvientes. ¿Escucharían? Su respuesta llegó cuando Nicolás en pijama entró por la puerta a los pocos segundos. Al momento dos de las mujeres del servicio también entraron.

-¿Qué ha sucedido? –Preguntó Nicolás completamente alarmado.

-Busca el nebulizador y las soluciones dentro del armario de la habitación de invitados. ¡Rápido! Ustedes, vayan a la cocina y preparen un té caliente con las hierbas que hay en la alacena.

En un dos por tres todos desaparecieron. Mariana tosió y sostuvo con fuerza la mano de Juan Pedro.

-Está bien, La –Él le acarició los cabellos y le hablaba en un tono cariñoso para darle algo de fuerzas. Ella se dio cuenta de que lo estaba logrando –Todo saldrá bien. Solo respira pausadamente y de manera profunda... No te alarmes si duele mientras lo haces.

En efecto, sintió una horrorosa presión en la parte del corazón, como si se lo estuvieran apretando con fuerza para despedazarlo. Pero aun así siguió las instrucciones de Juan Pedro con calma y paz. Un par de minutos después entró Nicolás con un aparato conectado a un tubo y una máscara de oxigeno, junto con unos frascos en su mano libre.

Nicolás puso el aparato al lado de la cama y abrió una especie de manguera conectada a la mascarilla. Abrió los frascos y comenzó a colocar varias gotas de diferentes líquidos en el. Luego le puso la máscara ajustada sobre la nariz y la boca y le dio un pequeño clic al botón de encendido después de que Nicolás lo conectara a un toma corriente al lado de la mesa de noche.

-Respira profundamente ¿De acuerdo? –Mariana asintió ante las palabras de Juan Pedro y sin soltar su mano, siguió la recomendación al pie de la letra.

-¿Está mejor, señorita?

Mariana levantó la vista y asintió a la chica del servicio quien le tendía una taza de té caliente. Tomo la taza y luego se la llevó a la boca para poder tragar un sorbo. Juan Pedro estuvo con ella hasta que acabo la nebulización y ella pudo respirar tranquilamente.

No había soltado su mano en ningún momento y aun Mariana estaba descansando en su cama en compañía de varias de las mucamas. Qué vergüenza, ahora que podía pensar con claridad se daba cuenta de que había hecho algo estúpido. ¿Qué clase de asmático no lleva siempre en su bolsillo un inhalador?

Era ridículo... Sencillamente ridículo.

Y encima salió corriendo de su habitación como una idiota. Algo que obviamente no debería de haber hecho... Las carreras solo empeoraron su dificultad respiratoria.

Suspiró pesadamente. Juan Pedro había ido a llevar el aparato de nuevo a su lugar y Nicolás se había ido con él. No era como si deseara compañía, porque en ese momento necesitaba estar sola al recordar como su madre y su padre habían estado con ella en esa clase de momentos. Su madre acariciaba su espalda y su padre sostenía su mano.

Era dolorosamente cruel que ya no pudiera vivir esa clase de momentos y que una mínima acción se lo recordara.

Las muchachas del servicio salieron de la habitación y Mariana se cubrió la cara con el cobertor al dejar la taza de té sobre la mesita de noche.

Oscura inocencia Where stories live. Discover now