¿Era ella? O le habían lanzado un balde de agua fría. Comenzó a sudar las palmas de la mano.

-Debe de haber algún error...

-No señorita, esa es la voluntad de su padre.

-Pero... Pero... -Respiró hondo y luego soltó de golpe todo el aire –Pero es que yo no puedo quedarme con ese hombre, usted no entiende... ¡No le conozco! ¡No ha venido siquiera al entierro de mis padres! ¿Eso es ser un mejor amigo?

Guardando sus papeles dentro del maletín, El señor Thomas volvió a mirarla.

-El señor Lanzani sufre de una enfermedad que le impide salir durante el día. Y esa ha sido lo que escribió su padre en el testamento, yo no puedo hacer nada más, lo siento –Se levantó pero antes de irse le dio una última mirada –Él vendrá a buscarla al anochecer.

Entonces las palabras de Victorio D'Alessandro surgieron de su cabeza.

<<Dice que vendrá por usted al anochecer>> Ese hombre lo supo desde un principio...

-¿Qué paso? ¿Qué te ha dicho?

Cuando levantó la vista de su regazo, se encontró con el par de ojos azules de Candela, que llevaban un leve matiz preocupado.

-¿Lali? ¿Estás bien?

-¿Por qué preguntas?

Candela pasó su lengua por el labio inferior y se sentó a su lado.

-Porque parece que en cualquier momento, te vas a desmoronar a llorar.

Y en efecto, a los pocos segundos sintió las lagrimas descender por sus mejillas.

Para el atardecer, Mariana tenía los ojos rojos, pero había logrado disminuir la cantidad de lágrimas que rodaban hasta encontrar su barbilla. Sollozaba levemente mientras sentía el brazo derecho de Candela sobre sus hombros y con los dedos intentaba apartar el agua salada de sus ojos.

La gente ya había abandonado el cementerio hace un buen rato, pero ella se negaba a irse. Además de que tenía que esperar a la llegada de su tutor. El viento silbaba y comenzaba a oírse el leve sonido de los truenos expresando la llegada de la tormenta.

Candela se levantó y le tomo la mano ayudándola a pararse también. Las piernas le temblaban bajo la larga falda negra de seda que le había regalado su madre el año pasado en su cumpleaños. Iba de luto... Menos mal tenía en su armario suficiente ropa lúgubre para pasar todo un año llorando a sus padres. Caminó lentamente dejándose arrastrar por Candela y se refugiaron en el pequeño bohío del cementerio justo cuando comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia.

Ambas se quedaron allí. Por suerte había aplacado las lágrimas mientras tomaba con fuerza la mano de su mejor amiga.

Una limosina negra paró delante del bohío y de allí un joven de no más de veintisiete años, salió sosteniendo una sombrilla. Mariana observó sorprendida y aturdida el par de ojos azules que le devolvían la mirada... Como si la conocieran de toda una vida. Sostuvo con más fuerza la mano de Candela y paso la lengua por su labio inferior al ver al hombre acercarse a ambas.

El relámpago alumbró la estancia seguido por un ensordecedor trueno que la hizo estremecerse y temblar la tierra a sus pies. El hombre se detuvo delante de ambas y la observó fijamente.

Era la persona más intimidante que hubiera conocido. ¿Vendría también a darle sus condolencias? Analizó la limosina... Tal vez era el hijo de algún amigo de su padre. Le dificultaba la respiración bajo el par de ojos celeste.

-¿Señorita Mariana Esposito?

Ella asintió levemente y él le tendió su mano derecha; Mariana la acepto con algo de duda.

Oscura inocencia Where stories live. Discover now