¿Tregua?

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Eva escuchaba, pero no entendía

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Eva escuchaba, pero no entendía. Tampoco tenía derecho de pedir una traducción, era apenas una invitada. Solo sabía que Wynga daba órdenes con su mente, y que los grises la entendían. Ellos también parecían tener una especie de comunicación telepática, pero no tan fluida como la de Wynga. 

Los Akgi transmitían ideas generales, no palabras. Podías saber lo que querían decir, pero no era una conversación. Por eso, ellos seguían usando su idioma extraño e indescifrable.

Después de su advertencia, Sa'Rat pasó a una sala de proyecciones llena de grises. Varias pantallas holográficas se abrieron ante sus ojos, y aparecieron algunas de las otras bases Akgi.

Una en el mar del Pacífico, otra en el Atlántico, por las... ¿Islas Bermudas? Bueno, tal vez los teóricos de la conspiración no estuvieron tan equivocados. Otras bases en un bosque chino, en los montes Apalaches, en algún punto de los Andes que bien podría ser entre Argentina o Chile, pero no podía precisarlo. 

En Islandia, en Groenlandia, en la selva negra, en el océano Índico. Sitios que ella solo reconoció por la forma del mapa que se mostrara en la imagen de cada base. Y pronto, antes de que cualquiera preguntara, algunas naves Akgi empezaron a elevarse por los cielos.

—La evacuación ha iniciado —dijo Sa'Rat, esta vez en español y en voz alta.

—Sí, eso veo. Y ahora... —se giró, Wynga estaba tras ella. Quieta, mirándola desde lo alto. Ya que los ánimos se habían calmado, tenía que aprovechar para llevarle las propuestas de un acuerdo pacífico.

—¿Quieres regresar? —le preguntó la extraterrestre.

—No, quiero que tengamos una conversación privada. Es importante, y necesito que me escuches.

—Te he escuchado desde que te presentaste ante mí, Eva.

—No, me refiero a que me escuches de verdad, que entiendas lo que quiero comunicarte. Has llegado acá con una idea fija, crees que nada te hará cambiar de opinión.

—Si, fui clara cuando dije que el veredicto estaba decidido.

—No puedes tomar esa decisión sin escucharme. Y hablo en serio. Sé que será mi última oportunidad, y no voy a rendirme. —Wynga no respondió, pero las estrellas blancas de sus ojos parecían revolotear. Con duda, tal vez.

—Sígueme.

Se dejó guiar a algún lugar de ese refugio extraño y luminoso. Las paredes y los pasillos parecían cambiar a su paso, como si de alguna forma entendieran lo que tenían que hacer. Y, cuando Eva se dio cuenta, las paredes se habían cerrado como en un cubo amplio, y la luz se hizo más tenue. Dos asientos emergieron del piso, acomodándose a la altura de cada una. Se sentaron, sin dejar de mirarse.

—Te escucho —dijo Wynga, y ella suspiró hondo. Si no hacía las cosas bien, toda la humanidad iba a pagarlo.

Eva empezó explicándole lo que pasó después de su ataque, y como los dos bandos se dividieron. Era verdad que el grupo de los líderes belicistas eran una amenaza contra el mundo entero. En especial para el planeta que la Comisión Intergaláctica quería proteger. Así que en eso Eva y Wynga estuvieron de acuerdo, había que neutralizarlos, y la guardiana podía encargarse de eso.

Los desterrados hijos de EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora