A pasos lentos, y a veces torpes me dirijo hacia mi sentencia. Me acerca, sentía el olor a sangre, la oscuridad entrar por las paredes por la ausencia de antorchas y la poca luz de luna que se asomaba por las escasas ventanas.

A él le encantaba la oscuridad.

Mi padre es la oscuridad misma.

Para sus enemigos... y para mí.

Al llegar a la entrada del pasillo, uno largo que al final de él, tenía dos enormes puertas, sin guardias. Él no los necesitas. Mis ojos se topan con unos azules, iguales a los de mis madres.

Yris. La segunda hija en ser concebida después de mi padre se transformará en el primer híbrido en la tierra.

La princesa mimada.

No dijo palabra alguna, solo le bastó esbozar una sonrisa que destila burla. Mis ojos viajan a su sombra: Kiara, la hermana gemela de Kassia. Ella ríe igual que Yris. Se mofa de mí como si ella fuera alguien.

Desafortunada es Kassia por tener el mismo rostro que esa arpía.

Sigo mi camino, ahora con el mentón en alto, para que no noten mi miedo. Pero cuando entro, esa fachada cae al suelo.

Solo había una vela roja en el centro de la mesa llena de comida, que alumbraba una ofensiva parte del enorme salón. Lo busco, pero no soy como ellos, yo no veo en la oscuridad.

—¿Padre?—Susurro, caminado hacia la mesa.

Logro ubicarlo frente a su balcón, observando el negro cielo de la noche.

—¿Sabes por qué evitó la luna?—Pregunta, de espalda hacia mí.

—No—Murmuro levemente.

—Porque no entiendo por qué la Diosa me maldijo contigo. Le construí templos jamás antes vistos, cubiertos de oro y plata. Oraba desde que aparecía hasta que desaparecía—Espeta, la rabia no paso desapercibida en su voz.—Y aun así me envió una inútil y frágil humana. Una puta que no sabe nada más que ensuciar mi apellido.

Con sigilo, acerco mi mano a la mesa, tomando en mis manos, el cuchillo aun lado del plato. Doy una respiración profunda, porque sé que la necesitaré despúes.

—Ya te he matado numerosas veces, pero siempre consigues volver—Prosigue. —Eres una plaga que no puedo exterminar. No con los métodos que desearía.

—Yo no pedí nacer—Me atrevo a hablar.

—Creeme que si hubiera sabido lo que eras, no estarás aquí. — Aprieto el mango del cuchillo de plata, y lo oculto detrás mi. Su risa me pone los cabellos de punta.— De verdad piensas que tienes manera de defenderte de mí.

—Si estuviéramos en mi habitación, la situación sería diferente... pero tienes miedo de ellos... de mis demo...—No logro terminar la frase cuando mi cabeza se estrella contra la pared.

El aire ya no pasa, aunque intente dar bocanadas grandes. Mi padre sostiene mi cuello con su mano derecha. Sacudo mis pies en el aire con desesperación al no poder tocar el suelo. Siempre que me ahorcaba, mis otros sentidos dejaban de funcionar.

Solo debo esperar a que me suelte.

—He luchado más de mil guerras, de las cuales he salido victorioso ¡Jamás he sentido el miedo! ¡Ni siquiera cuando el fuego me cubría de pies a cabeza por tres lunas llenas!—Masculla, con los ojos enrabiados de amarillo.— Esas bestias que trajiste aquel día no me presenta amenaza alguna. Sin embargo, no puedo concebir la idea de que seas feliz. Mereces miseria, por eso es lo que eres.

Me habia prometido a mi misma que no volvería a dejar que sus palabras me hirieran o al menos aguantar las lágrimas hasta que se diera vuelta. Pero una vez más, le demostré que el filo de su lengua logró hacerme una herida nuevamente.

The Black OrbeTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon