Extra: Noche de bodas

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Al terminar la fiesta, ya era tiempo de realizar la celebración... personal.

Fueron a la casa del bosque. Ya dentro. Leonardo agarró a Alexa en brazos y procedió a subir las escaleras.

—¡Huh! ¿Esto es alguna costumbre familiar? —preguntó ella con una sonrisa.

—Cada familia tiene una diferente —se acercó a sus labios—. Y yo tengo la mía —susurró antes de morderlas.

Entraron a la habitación. Leonardo deposita a su esposa en el centro de la cama y se sube a horcajadas sobre ella, con las piernas a cada lado se sus caderas.

Alexa lo miraba con una sonrisa expectante. Él se quita el saco y lo deja caer fuera de la cama. Entonces sonríe de esa manera que ella antes consideraba macabra, pero en vez de asustarla, esta la exita. Con esa sombra oscura, promete muchas cosas... desvergonzadas.

Eso hasta que hizo algo que la dejó helada.

Él llevó una mano detrás de su espalda y escucha un pequeño clic, como un botón al ser desabrochado. Entonces saca una daga con la punta reluciente y afilada.

Posó el filo frente a sus ojos.

Leonardo pudo ver el miedo en sus facciones por lo que suavizó su sonrisa.

—No tengas miedo, bebé. Sabes que jamás te haría daño —aclaró antes de darle un pequeño beso en la frente.

—Lo sé... —confiando en su esposo, relajó su cuerpo para permitirle hacer lo que deseara.

—Esta daga —dijo mostrandole el filo— solo tiene un propósito, la cual es...—deslizó la punto por la curba de su delicado cuello, pasando por el esternón hasta meter la punta dentro del escote del su vestido— cortar la barrera que cubre el cuerpo de la mujer del hombre. De su dueño.

Alexa jadeó cuando Leonardo rasgó la delicada seda del vestido, cortando todo hasta la falda, dejándola con un sujetador de encaje blanco, bragas del mismo color y una liga blanca con volantes en el muslo izquierdo.

—Perfecta —susurró él, saboreando la vista. Procedió a cortar los tirantes del sujetador— Todo se tiene que ir —cortó la unió del centro y sus pechos quedaron libres de su prisión.

Leonardo deslizó la punta sobre un montículo, hasta acariciar el pezón endurecido ante el frío contacto del material.

—Umm... —ella gimoteó cuando Leonardo siguió bajando por su abdomen y más allá de la pelvis, hasta presionar el lado plano de la daga sobre su intimidad— L-leo... —él dio varios golpecitos allí, haciéndola jadear— P-por favor no hagas éso... —suplicó, pero el desgraciado presionó más fuerte.

—Pero te gusta... puedo ver que estas húmeda —canturreó con una sonrisa, notando las pequeñas gotas de rocío pegadas a la hoja.

Acercó su boca hacia los pechos suaves y cerró sus labios sobre un botoncito y succionó con ansias. Ella se arqueó y gimió entrecortado ante su ataque al delicado capullo. Una vez que él pezón estuvo enrojecido y sensible, pasó al otro lado para darle la misma atención.

Deslizó la punta de la daga debajo del dobladillo de la braga y la cortó, cuidando no dañar la suave piel de su cadera e hizo lo mismo del otro lado.

Mordisqueó sus caderas y chupó la piel hasta dejar una marca.
Ahora la tenía desnuda, salvo por la liga que había dejado intacta.

Se apoyo en ambas manos, una a cada lado de la cabeza de su esposa, enjaulándola con su cuerpo. Jadeando como si le faltara el aire.

—Ahora... —le dió la daga a ella— es tu turno de cortar la barrera. Se la dueña...

Ella tomó la daga con manos temblorosas. —¿Esto también es parte de la costumbre?.

RETORCIDO CAPRICHO (Ese Es El Trato 1) en edición Where stories live. Discover now