2- Unas pecas muy tiernas

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GIANA

Suelto la bolsa de las compras sobre mi cama y salgo en busca de Rufo para darle un premio que le he traído de la tienda. Me gusta consentirlo y traerle algo rico las veces que salgo, que son pocas porque la verdad es que mi vida entera está debajo de esta carpa.

Salgo al patio trasero donde lo encuentro descansando bajo la sombra de un árbol.

Rufo dejó de ser parte del espectáculo hace mucho, culpa de un reporte que nos arrastró también, donde se realizó una encuesta popular y los ciudadanos votaron para que se prohíba el uso de cualquier tipo de animal dentro del espectáculo y fue así como Rufo pasó a ser solo mi mascota. Yo lo celebré, nunca estuve de acuerdo con exponer a los animales a tanta presión, obligación y maltrato, pero no tengo ni voz ni voto con respecto a lo que se puede hacer y lo que no aquí. Todo lo manda mi padre.

Rufo no es un león malo, pero prefiere que sea solo yo la que lo alimente. Lo vi llegar desde que era un cachorro y al día de hoy cuando se para en dos matas me saca casi tres cabezas. Está viejo y prefiero no imaginar lo mucho que me afectaría si algún día lo pierdo.

  —Ya eres libre y aun así decides quedarte conmigo —le acaricio las orejas.

Lo íbamos a soltar en su hábitat hace un tiempo y el animal no se apartaba de mi lado cuando llegó la hora de despedirnos. Las personas que se iban a encargar de su adaptación hicieron todo lo posible y al final dijeron que no sería sano para Rufo que pase por un cambio tan brusco de un momento para otro.

Y se quedó.

Conmigo.

Acaricio el suave pelaje dorado que tiene mientras se come el premio que le di y me quedo sentada sobre mis piernas a su lado.

En el patio trasero donde se encuentra la casa, hay una cerca que colocamos para que mi león no se escape (estamos claro que no lo hará), pero de todos modos está allí y veo un bulto pequeño que se mueve.

  —Espérame aquí —le digo a Rufo.

Me acerco en silencio, dando pasos sigilosos y me alarmo al ver a una niña que lleva su pequeña manita a la boca y con la otra se limpia las mejillas.

Está llorando.

No entiendo qué hace ahí, ya que es propiedad privada del circo y por eso me apresuro a ver si necesita ayuda.

  —¿Hola? —hablo bajo. No la quiero asustar.

Levanta su carita y me mira con aquellos enormes ojos. Su nariz y mejillas están salpicadas de espesas pecas y hace un mohín.

Sacude la cabeza.

  —¿Estás bien? —me acerco—. ¿Sabes que no puedes estar aquí?

Asiente.

  —¿Estás perdida?

Niega.

Mira hacia atrás como esperando a que alguien aparezca.

  —¿Quieres venir conmigo?

  —¡Amber! —grita una mujer—. Oh, niña, estás allí, casi me da un infarto.

La niña, que al parecer se llama Amber, se pone de pie y se seca ambas mejillas. Mira a la señora, quien supongo que es su madre y vuelve a mirarme a mí.

  —Es que no me dejan salir —su vocecita es tierna y habla suave.

  —Vamos —se acerca más la mujer. Tiene el cabello de color negro y lo lleva tomado muy arreglado en un moño.

REESCRIBIR EL AMOR ©Where stories live. Discover now