03 Está en todas partes

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El sonido estridente de mi despertador rompe la armonía del sueño que tanto había intentado reconstruir desde mi última visita al baño

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El sonido estridente de mi despertador rompe la armonía del sueño que tanto había intentado reconstruir desde mi última visita al baño. Con un suspiro de resignación, extiendo mi brazo entre las sábanas en busca del botón de apagado. La habitación, impregnada de una penumbra matutina, parece resistirse a dejar ir la calidez del sueño. Con un ágil movimiento, lanzo las sábanas a un lado y me incorporo de un salto, como un resorte en acción. Mi mente se despierta gradualmente, luchando contra las brumas del sueño mientras mis pies buscan el suelo con torpeza.

Sé que no tengo tiempo para ducharme, así que luego de higienizarme me visto con unos jeans holgados y una camiseta que olvidé planchar.

Me dirijo hacia la cocina, donde el tentador aroma de un café hecho por Vesna me da la bienvenida. Mis manos hábiles encuentran la taza entre la maraña de trastos que pueblan la encimera, y con un gesto preciso vierto el líquido oscuro en su interior. La cocina, un espacio reducido donde los milagros culinarios se producen con la magia del microondas y la creatividad limitada de una estudiante de intercambio y de una croata perezosa, es testigo de mi rutina matutina frenética. El primer sorbo es como un bálsamo para mi alma somnolienta, despertando mis sentidos y preparándome para lo que está por venir.

Vuelvo a deambular por la sala. Vesna está sentada en el sofá, atándose los tenis.

—Ayer compré una mesita nueva. ¿La viste? —me cuenta, invitándome a que viera la pequeña mesa ratona frente a ella. Su pintura turquesa estaba desgastada; el mueble parecía sacado de un basurero, pero aún así Vesna se resignaba a aceptar que eso no era exactamente "vintage"—. Me hicieron promo por comprarla con una maceta.

—¿Y la maceta?

—Se me cayó.

Alzo las cejas y presiono mis labios en un gesto de falsa sorpresa.

Vivo en un departamento pequeño y compartido que podría describirse como el resultado de un matrimonio desafortunado entre una caja de zapatos y un almacén de objetos olvidados. Las paredes, pintadas en un blanco desgastado por el tiempo y las emociones humanas, apenas logran reflejar la luz que entra por la única ventana, como si quisieran mantener a raya cualquier señal de optimismo matutino. Los muebles, una mezcla ecléctica de donaciones de amigos y hallazgos en mercados de segunda mano, dan testimonio de una vida en constante movimiento y ajuste a las circunstancias.

Me mezo sobre mis pies y le doy un largo trago al café. Ambas nos vemos en silencio, zombificadas por la somnolencia.

—Estás linda —dice despacio, arreglándose su corto cabello hacia atrás—. Quiero decir. Te ves bien.

Mi ceño se hunde progresivamente. ¿Qué carajo acababa de decir Vesna?

—¿Qué?

Ella se levanta del sofá y alza su bolso, colgándoselo del hombro.

Las manos de Modric Where stories live. Discover now