05: Vals de medianoche

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―Seguro está viniendo ―los tranquilizó ella. Sus amigos la miraban esperando una respuesta diferente. Andrea sonrió débilmente―. ¿Pidieron algo?

―Te estábamos aguantando a vos, y a Mariano. ¿Así se llamaba no?

―Sí, bueno, si quieren esperamos un toque más... ―Dejó el bolso detrás suyo, se acomodó la chalina y cruzó sus piernas por debajo de la mesa. Le sonrió a Carina, esta estaba rodeada por los brazos de su pareja. Su pelo caía en bucles naturales contra la camisa de encaje que traía puesta.

Rápidamente se pusieron a charlar animadamente. Inés siempre como centro de conversaciones graciosas, haciendo lucir su encanto. Pero Andrea comenzaba a impacientarse, sentía sus manos sudorosas, como un nudo tenso se le formaba en el estómago, la garganta. Miraba el reloj de Martin, el marido de Inés. Ya eran las seis y media. « ¡Media hora! ¿Qué le paso? Me llega a dejar plantada y lo mato. Encima que me prometió estar acá como diez minutos antes, y que se moría de ganas por conocer a mis amigas. Lo mato, lo voy a matar.»

Cada vez que escuchaba la campanilla sonar, giraba su cabeza... Pero él no entraba aun.

―Che, ¿vamos pidiendo algo? ―Martin los miró a todos―. ¿Este chico va a venir?

―Por lo menos algo para tomar, ¿no? ―Carina miró a Andrea, como esperando que ella aprobara la decisión. Pero la chica estaba en un mental ataque de nervios.

―Lo voy a matar... ―susurró ella mirándose las manos―. Dale, ordenen lo que quieran.

Pudo escuchar los murmullos ahogados de sus amigos, la vos cortante de Inés, incluso creyó sentir las miradas que caían sobre ella. Pero en su cabeza solo podía pensar en una sola cosa: ¿Por qué no había ido él?

―Andre, seguro algo le paso, ya fue. ―Sintió los dedos de su amiga en el hombro. Alzó sus ojos hacia ella―. No voy a negar que ahora me cae un "poquito" mal, pero no tengo porque meterme ―agregó Inés acercándose un poco más hacia Andrea―. Además, nos debemos una cena desde hace mucho, así que... Hoy pasémoslo bien ¿dale?

―Pero hasta ayer se veía seguro de que vendría ―musitó mordiéndose los labios.

―El día también se veía maravilloso ayer, y mira como amaneció ¡lloviendo! Anímate.

―Está bien, pero me debes un hombro en el cual lamentarme ―dijo Andrea sonriendo débilmente. Inés le apretó la mano, y después se ubicó bien en su asiento al ver como el mozo traía unas bebidas y potecitos de maní.

Mientras que a kilómetros de aquella peatonal, en el micro-centro de la ciudad, el cementerio Jefferson cerraba sus rejas. Las gárgolas se volteaban hacia el terreno sombrío, y los cuervos se posaban en los sepulcros abandonados. A su vez, los ángeles parecían crear un vals con sus alas de mármol desgastado.

* * *

Entró a grandes zancadas, sentía su pulso acelerado en las orejas. Había dejado todo en su oficina, la cartera, el almuerzo. En su mente se repetía una y otra vez que él estaría allí, con sus tulipanes y sus ojos color otoño. Se decía a si misma que él le daría una explicación razonable, incluso desarrollaba en su cabeza una innumerable cantidad de insultos, de perdones, de ideas que la ayudarían a averiguar el porqué.

Igual que aquel viernes pasado, el lunes había amanecido lluvioso. Pero el sol estaba como Andrea, sin ganas de resurgir de entre la niebla.

El Jefferson parecía alegrarse cuando garuaba; las lapidas se ponían más brillantes, el césped resurgía con ganas y las flores se levantaban de la aflicción. Los pétalos marchitos se amontonaban en los charcos, tan solitarios como un escorpión en pleno desierto. El asesino olor a clavel desaparecía, los aromas a negligencia estancada volaban por los aires, desapareciendo en el firmamento gris... Los gatos bebían de los estanques, y los cuervos revoloteaban de un lado a otro. Incluso, quizá, los gusanos se retorcían en la tierra, oxigenado aún más el suelo cubierto de hojas y de antigüedad rancia.

El último aliento de las flores ©Where stories live. Discover now