Parte única

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I

La primera vez que lo vio fue a los ocho años. Aquella ocasión fue la primera, o al menos eso le dictaba su memoria, en la que fue consciente de experimentar el terror real. Su imaginación volaba a esa edad, como en todo niño, pero en cuanto acercó su rostro a la puerta, ubicando el ojo derecho justo en la cerradura, su mente comenzó a inventarse miles de historias aterradoras. Podía incluso escuchar su propio latido haciendo eco en sus oídos, mientras aguantaba la respiración para no ser detectado por aquella “cosa” que se veía a través de la cerradura. No sabía lo que era, y la curiosidad era mucho más fuerte que su miedo; sin embargo, aunque le costara admitirlo, las piernas le temblaban con la sola idea de aventurarse él mismo a descubrirlo.

—Tooru —comenzó su madre una noche, mientras lo arropaba en la cama—, no hay nada detrás de la puerta.

Él sabía lo que sus ojos habían visto, pero no tenía más que sus recuerdos como prueba de ello. Quiso contraatacar, insistir en que algo, algo espeluznante se ocultaba tras la puerta de su habitación una vez que todos se iban a dormir. El pasillo quedaba totalmente a oscuras, salvo por un pequeño destello de luz que provenía del piso de abajo, con el que era suficiente para ver a la extraña “cosa”. No obstante, tras el pequeño puchero renegado de su hijo, la mujer finalizó la conversación sin oír nada más. Había tomado las advertencias de sus amigas acerca de la inmensa imaginación de los niños, que era alimentada fácilmente por su entorno.

Una vez que su madre abandonó la habitación, cerrando la puerta detrás y apagando las luces del pasillo, Tooru dejó su cama de un brinco. Los ojos le brillaban de curiosidad, pero se llenaron de terror en cuanto miró por el hueco. Se trataba de una figura enorme, de una forma confusa y totalmente negra debido a la oscuridad. No se movía, pero sentía que ambos se miraban. Si algún día aquella cosa decidía tocar la puerta de su habitación, estaría en completa desventaja puesto que era mucho más pequeño en tamaño.

Fue así que, una tarde, mientras su mejor amigo Hajime se encontraba de visita, se decidió a pedirle ayuda para confrontarlo.

—Yo no veo nada —admitió éste, ojeando con curiosidad a través de la cerradura de la puerta—. ¿Estás seguro?

—¡Por supuesto! —gritoneó, para luego posicionarse él mismo delante del hueco. El pasillo se encontraba iluminado e inofensivo, completamente diferente a cuando él se aparece—. Tal vez sólo sale de noche.

Hajime, arqueando una ceja, no lograba entender la descripción que su amigo daba de aquel monstruo. Mas, notando su ligera alteración ante el hecho, aceptó dar su ayuda en el enfrentamiento. En parte, también quería comprobar qué tan aterrador era.

Esa misma noche, Hajime se quedó a dormir en la casa de Tooru. La madre de éste los despidió como era habitual, a las nueve en punto, para luego cerrar la puerta y apagar las luces. Ambos esperaron durante unos minutos, en completa tensión, a que todo estuviera realmente en silencio para ponerse en marcha.
Tooru se acercó primero a la puerta. El no haberlo visto antes, durante la tarde, lo había desconcertado; por un instante creyó que no volvería. Sus dudas fueron despejadas al acercar su ojo al hueco frío, ya que ahí estaba otra vez, tan atemorizante como siempre. Se echó hacia atrás, con las piernas temblándole y el corazón golpeándole el pecho; por instinto se aferró al brazo de su amigo, quien lo miraba con aires de preocupación.

—¡Iwa-chan! —lo llamó con terror—. Ahí está.

El aludido no sabía si acercarse a mirar o guiarse por la reacción desesperada del otro y permanecer allí, abrazado a él. Eligió, luego de algunas vueltas, aproximar su ojo a la cerradura, pues para eso estaba ahí.

—Iwa-chan, ten cuidado —le advirtió con voz temblorosa.

Hajime ojeó, sin prisa, del otro lado. Y como si aquella fuese una casa totalmente diferente a la de esa misma tarde, divisó con horror a la figura monstruosa que parecía emerger de la oscuridad. No estaba seguro de su forma, pero era enorme tal y como Tooru se lo había descrito.
Sin vacilar ni creer en lo que sus ojos veían, se giró hacia su amigo y dejó escapar un interrogante: «¿Un fantasma?». Dicha idea hacía eco en su mente desde que recordó que no estaba allí cuando miró la primera vez, por lo que tenía la capacidad de aparecer y desaparecer a su antojo.
No obtuvo respuesta, sólo un leve quejido de temor. Jamás había visto tan asustado a Tooru, quien siempre era enérgico, vivaz y osado, actuando como si nada pudiera contra él. Aquella imagen lo hizo reaccionar ante el inminente peligro, por lo que, alejándose al fin de la puerta, tomó lugar junto a su amigo con aparente entereza.

—Todo está bien —declaró, entrelazando el brazo derecho del otro con el izquierdo suyo para no dejarlo retroceder—. Estamos juntos.

Tooru lo miró con ojos vacilantes, pero notó que la confianza retornaba poco a poco en su interior. Reforzó el agarre entre ambos, exhalando con decisión, y se plantó frente a la puerta junto a Hajime, quien sonreía ante el cambio de ánimos.
Ambos esperaron a que el enemigo se decidiera a atacarlos, pacientemente.

A la mañana siguiente, cerca de las nueve, la madre de Tooru se dirigió hacia la habitación de su hijo dado que los niños estaban demasiado silenciosos. Siempre solían ser los primeros en despertar al resto de la casa con sus juegos, gritos y recorridas por el sitio, pero ese día todos habían recibido la mañana de forma tranquila.
La mujer abrió la puerta, aludiendo en el proceso al nombre de su hijo, y se encontró con las camas de los niños vacías. Los dos, profundamente dormidos, se hallaban en el suelo del cuarto, frente a la puerta y aún con los brazos entrelazados. Al parecer habían estado jugando –con su imaginación sobre todo– hasta altas horas de la noche, y ahora yacían rendidos por el cansancio.

II

Tooru tomó una de las fotografías de la caja, la que más le llamó la atención. Ambos tenían ocho años en ese entonces y posaban sonrientes ante la cámara, compartiendo medio abrazo. El joven sólo podía pensar en todo el tiempo que había pasado desde aquello, cuando volaban libremente con su creatividad a flote.

—Iwa-chan —habló, poniendo la foto frente al rostro del nombrado, quien tomaba un refresco sentado a su lado—, te veías adorable aquí.

—Me gustaría decir lo mismo sobre ti.

Tooru hizo un gesto de falso lloriqueo, para luego volver la atención a la caja de fotografías.
Hajime, pensativo y aún con la foto de ambos entre las manos, sonrió de lado al recordar aquella vez en la que pasaron la noche en vela, aterrorizados por un ente desconocido. Un sentimiento de nostalgia lo abrazó de repente, y dejó la fotografía de lado.

—¿Recuerdas ese fantasma que tanto te asustaba de niño? —preguntó al cabo de un rato.

—También a ti te asustó —reprochó el otro—. Y no era un fantasma.

Su amigo se giró hacia él, con curiosidad en su mirada. No recordaba haberle preguntado en ese entonces acerca del hecho, al menos no después de constatar que Tooru volvía a su habitual actitud alegre. Como no vio motivos para preocuparse, simplemente fue olvidándose de la dichosa “cosa”.

—Era la horrible escultura que mi mamá había puesto en el pasillo —explicó con cierto rubor en sus mejillas, producto de la pena al pensar en su inocencia infantil—. De noche se veía extraña por la oscuridad.

Hajime evitó soltar una carcajada cubriéndose la boca con una de sus manos. En otro momento tal vez habría dejado escapar su risa, pero recordando que él mismo creyó ver a un espectro en aquella escultura, decidió aplacar como fuera el jolgorio.

—Lo único que recuerdo bien —continuó Tooru, notando la risa contenida del otro— es que te aferraste a mí como si fueras a morir.

—¿Quieres saber quién sí va a morir? —preguntó, dándole un sorbo a su bebida y sentenciando a su amigo con la mirada.

Tooru sonrió, satisfecho. Volvió a contemplar la fotografía, como si con eso pudiera recordar más eventos de ese estilo, aunque no la necesitaba realmente. Miró a Hajime en su lugar. Era como un lienzo lleno de recuerdos que podía admirar todo el tiempo que quisiera.

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⏰ Last updated: Mar 14 ⏰

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the ghost through the keyhole; iwaoiWhere stories live. Discover now