18. La huída

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— ¡Calla niña estúpida! — Y el viejo se tiró contra mí con asombrosa velocidad. De la nada, otra silueta apareció: la de Palomino. Con igual fuerza se lanzó contra el viejo interponiéndose entre él y yo. Mi corazón se iluminó, lleno de orgullo y seguridad al ver que Palomino había acudido a mi llamado. Mi pierna ardía en dolor y mientras Palomino se peleaba con el viejo, bajé del trono a duras penas, tratando de no ver mi reflejo para no asustarme. Me arrastré, cogiendo mi pierna y luego gateé, hasta llegar a las escaleras. Me propuse bajarlas ya que parecía el lugar más apropiado para encontrar el calabozo, el que había visto en mi visión y en el cual el viejo había tratado de encerrarme usando sus trucos y palabras, donde había alguien o algo ahí encerrado, que pudiera ayudarnos. No sabía quién era, ni sabía cómo, pero estaba segura que nos ayudaría.

Ver las escaleras era como ver la profundidad de un pozo. No veía el final y los escalones eran gigantes, como los escalones de los Incas. Mientras menos miedo tenía, los escalones se hacían más y más pequeños, como con magia. Se me hizo más fácil bajarlos. Escuché los gritos de Palomino y sabía que tenía que apurarme. Decidí sentarme para deslizarme por las escaleras con las manos. Como estaba coja, parecía la mejor opción. A medida que iba bajando, los pisos se pusieron más y más lisos, hasta el punto que la escalera se convirtió en una resbaladera. Vaya que conveniente. Por fin, este lugar estaba jugando de mi parte. Al final del trayecto caí sobre una almohada. Era como si alguien hubiese estado esperando mi llegada. Al chocar sobre la almohada mandé polvo por todos lados. Ese alguien debió estar aguardar mi llegada durante años, si no siglos. Después me acordé que estábamos en un espacio atemporal porque nada cambiaba, entonces no importaba cuanto tiempo me había estado esperando. Tal como pensaba y parte de mí ya sabía, vi las puertas del calabozo. Era un portón arqueado y sobre él había palabras escritas en un idioma que no entendía: Tantum corde puro transire poterit limine. O sea, era latín (pero sólo lo usé para mi clase de química y para saber el nombre de los elementos), así que ni idea que decía en verdad.

Las puertas se veían hechas de un material no terrenal, se veían fuertes e impenetrables, pero al tocar la manija, la puerta se abrió casi sola, con el mínimo empuje. Al entrar, me aterroricé y quedé paralizada en el umbral. Habían varios cuerpos desnudos y encadenados. Tenía la sensación que había estado aquí antes. Tuve la certeza que este era el lugar al cual me había transportado por algunos mini segundos cuando hablaba con el viejo, que por poco me deja aquí encerrada. Los cuerpos se veían hambrientos, flacos y estaban amontonados unos encima de otros, como los pozos donde enterraban a la gente de un campo de concentración. Había personas de todas las formas, razas y colores. Lo curioso es que no había niños ni bebes ni personas mayores, eran todos adultos y parecían tener la misma edad. Cerré la puerta. No había más que muerte en ese cuarto y tenía miedo. Sabía que ya había pasado por ahí, también sabía que alguien había hablado. Sabía que había una pequeña chispa de vida, caminando, divagando sigilosamente entre tanto muerto o entre tanto casi muerto, mejor dicho.

El cuarto apestaba, pero aunque no quería entrar, por fin deje de este parada en la puerta y lo hice. Empujé la puerta con brutalidad, exacerbada por los gritos de Palomino en el piso de arriba. Sentí una ráfaga de viento. Me agaché instintivamente para evitarlo, apoyándome sobre mi pierna sana. Me hice bolita, deseando con todo el corazón que me tragara la tierra. Tapé mi cara, esperando lo peor, algo así como el despertar de los zombis y el fin del mundo.

Pero esta vez, la temperatura del viento era cálida y trajo consigo un conjunto de voces en llanto, que después de unos momentos, se juntaron en un canto agradable. Y en eso oí una voz distintiva entre las otras... la de Alma... me decía... sube y abre las puertas y le dije que no, que estaba muy cansada, que no sabía subir esas escaleras, que ahora eran resbaladoras, que estaba muy confundida y muy herida. Me contestó, con su voz característicamente pausada y tranquila pero a la vez muy firme: ¡ábrelas ya! Tú me buscaste y ahora, voy por ti. Tienes que abrirme las puertas de arriba, hazme caso, verás que es sólo tan difícil como te lo propongas. ¡Vamos! controla tu miedo.

Entre el Silencio y las LágrimasWhere stories live. Discover now