11. Un inesperado pero muy grato encuentro

Magsimula sa umpisa
                                    

— ¿Y por qué eso no te pasa a ti? ¿Es por qué llevas poco tiempo acá? ¿Hace cuánto tiempo llegaste? —.

— ¿Yo? Eh no sé, sólo sé que no siempre he estado aquí. Me acuerdo que al comienzo no estaba acá porque cuando llegué estaba triste y muy sólo y quería regresar a casa, pero no sabía cómo.

—Eso es lo que a mí me pasa— interrumpí.

—No sé porque a mí no me pasa lo que a otros sí. Creo que es porque no tengo historia. Llegué sin saber nada, sin saber nadar ni andar. Creo que eso ayudó a que no me volviera loco. Nada me pareció raro en este mundo, porque no conocía otro. Me acuerdo que llegué, pero no de donde vine—.

Pobre. Qué aburrido estar sólo. Como no supe qué decir, no dije nada y él continúo con su historia.

—Me acuerdo que llovía todo el tiempo y estaba oscuro. A veces escuchaba voces familiares que me hablaban pero no podía ver quiénes eran. Había mucha neblina. Pero un día amaneció y vino una persona. Me enseñó a caminar y a correr. Con ella conocí a los delfines que ahora son mis amigos, pero un día se fue y nunca volvió. Pero desde que vino, ya nunca anochece y el sol brilla siempre. Muchas veces me siento sólo. Pero no importa...algún día iré a casa... lo sé...porqué ella me dijo—.

Fue el testimonio de vida más breve y sincero que había escuchado.

— ¿Quién es ella?—.

— La que te regaló la rosa, yo tengo varias—. Y muy emocionado sacó como cinco o seis rosas de su bolsillo. Rápidamente me di cuenta que esas rosas eran lo más preciado que tenía.

— Estoy emocionado. Ella una vez me dijo que vendrías—.

—Fantástico, previó mi futuro, ¿no dijo nada más?— le pregunté sarcásticamente.

—Aparte nadie me había hablado en mucho tiempo— dijo.

—Sí lo mencionaste—.

Me quedé callada. Pero el muchacho no paraba de hacerme preguntas. ¿Y quién puede culparlo? Hace tiempo que nadie le hablaba.

— ¿Y cómo sabes que se llama David? ¿Y lo puedes ver? No muchas personas nuevas como tú pueden verlos—.

— ¿Hay más personas como nosotros?—.

—Sí, te dije, pero no se quedan mucho tiempo. Cuando eso pasa, se vuelven locas, luego algunas recuperan la lucidez, pero esas se van también. No puedes quedarte aquí mucho tiempo sin volverte loco. Pero yo no tengo miedo. Sé que algún día me iré a casa también—.

—Ah—.

Si vas a casa, es porque yo te sacaré de aquí, pensé. Pero no lo dije.

— ¿Cómo te llamas?— le pregunté.

— ¿Yo?—.

—Sí—.

—No sé— respondió.

— ¿No tienes nombre?—.

—No—.

—¿Quieres uno?—.

—Sí—.

— ¿Cuál Quieres?—.

—No sé—.

Wow, este chico no sabía nada. Estaba en la calle, como decimos en mi tierra. Le miré la cara y luego me miré las manos. La mejora en mi piel era visible (ya no tenía las pecas en mis manos que tanto había odiado de niña). Sentía mi piel más lisa, mis músculos más definidos... me sentía más hermosa, más fuerte. Creo que poco a poco me estaba volviendo más sana, más perfecta, no había ni la más mínima cicatriz dónde me mordió el perro. Otra cicatriz que tenía en la pierna derecha, también había desaparecido. Volteé a ver a Alma, que incluso en este lugar donde todo se revitalizaba, seguía petrificada. Sin embargo, el muchacho decía que todos aquí terminaban mal... qué extraño era todo esto...

Entre el Silencio y las LágrimasTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon