Capítulo 16 - Aliada

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Dejo de escuchar lo demás, dejo de prestar atención a cualquier otro detalle. Incluso olvido que la luz sigue encendida.

De repente, lo siento, su pene erecto espera a ser liberado.

Mientras nos besamos casi quitándonos el aliento, una de sus manos roza mi seno y la otra baja por mi vientre, hasta colarse a mi entrepierna.

Tengo los pechos un poco pequeños. En alguna charla Mabel comentó que me convendría ponerme implantes, pero yo dije que estaba cómoda así. Ahora pongo en tela de juicio esa afirmación. Sergio debe estar acostumbrado a tocar pechos firmes y duros.

El "amasado" que me da deja bien levantados mis pezones. Va de uno a otro. No hay tregua para ninguno. ¡Es tan rico!

Sus dedos experimentados saben que la cosa abajo es hacerlo suave, delicado, y también sabe dónde. Detalles que a los otros hombres con los que he estado no les interesan, incluido Benjamín. Él suele ser torpe para dar con el punto indicado. Pero Sergio no, el sí sabe, y sabe muy bien.

Reposo la cabeza sobre su hombro. Se me arquea la espalda por el mero placer. ¡Esto sí es real! ¡Estoy extasiada! ¡No quiero que pare!

La humedad y sus yemas se compaginan. El empeño que Sergio Ferrero pone en mis zonas erógenas es de aplaudirse.

De pronto, los músculos de mi vagina se contraen. ¡Llegué y sin que me la metiera! Son en total cuatro contracciones intensas.

Tengo que tomar aire y recostarme.

Por suerte, él se percata y para. Luego se pone de pie.

Lo veo de reojo. Parece todo un campeón.

Sospecho que va a quitarse la ropa porque antes ni siquiera se despojó de la camisa.

Por el contrario, se queda parado y permanece a un lado de la cama. Luce pensativo.

Espero que no recuerde lo de los látigos. A mí esas cosas no se me dan.

Mientras, yo inhalo y exhalo, extasiada.

Mis piernas se mantienen abiertas con las rodillas flexionadas.

Por la mueca diablesca que Sergio hace, presiento que trama algo.

Sin avisar, se sube a la cama y se inclina.

Sus labios van a dar a mi ombligo. Con su lengua corriendo lento se abre camino hasta la vulva.

La tengo empapada. Lo siento incluso en las sábanas.

Suelto un leve gemido de sorpresa y placer cuando llega el calor de sus labios.

La punta de su lengua va a dar a mi clítoris. Delicado, lo lame, lo succiona; alterna entre ambas acciones.

El ritmo es suave. Nada de mordiscos ni una aspiración brutal.

Me suelto a gemir cada vez más fuerte. Imagino que Benjamín está en la habitación continua, escuchando cual espía en la pared. Es gratificante proyectar en mi mente el mismo coraje que yo sentí ya más de una vez. Que me escuche gozar es lo menos que se merece.

Desde mi posición, veo los rizos de Sergio bajar y subir, ondeando cual calmantes olas de mar.

Es dedicado de verdad y ¡qué delicioso lo hace!

Sus manos se apoderan de mis pechos. Pellizca los pezones, hace pequeños círculos encima con la palma, los apretuja sin ser violento.

Se mantiene así por rato.

Es imposible que no me ponga a gemir con grititos. No estoy fingiendo nada.

Para darle todavía más emoción, mete a mi vagina primero un dedo, luego dos. Entra y sale, entra y sale. Aun así, no deja de pasar su lengua.

Detrás de las Puertas ©Where stories live. Discover now