A ella no le hizo ninguna gracia porque ni se inmutó. Cerré la nevera y Aitana vino detrás de mí hasta el mueble, dándome la mínima luz que necesitaba para poder coger el pan. Puse dos rebanadas sobre la encimera y sobre ellos una loncha de jamón y dos de queso, como a ella le gustaba.

- Tengo manos para hacérmelo yo misma -dijo.
- Ya, pero lo estoy haciendo yo, tú sólo dame luz.

No la miré, pero supe que seguramente había rodado los ojos. Le hice dos bocadillos, y después me hice otros dos para mi.

- Ven, voy a coger un plato.

Se acercó a mi lado para abrir el mueble y coger un plato grande, donde coloqué los cuatro sándwiches. Se movía de forma brusca para que no pudiese acercarme demasiado. Incluso estiraba el brazo todo lo que podía para alejarse todo lo posible.

- Vamos a la sala -dije.

Aitana me seguía como una polilla a la luz, iluminando cada paso que dábamos. Dejó la vela sobre la mesa y se sentó de golpe en el sofá, en una esquina, dejándome claro que yo tenía que ponerme en la otra. Le tendí el plato y cogió sus dos bocadillos, dejándome a mi el resto.

Me senté en el otro extremo y la observé mientras le daba un mordisco a su cena. Comimos en silencio, no porque yo quisiese, sino porque sabía que tenía que ir con cuidado si no quería que me arrancase la cabeza. Y con razón.

- ¿No vas a hablarme en toda la noche? -pregunté.
- Creo que sabes la respuesta.
- No, porque acabas de hablar.

Arrugó la frente claramente irritada por saber que yo tenía razón.

- No vas a conseguir sacarme de quicio.
- Yo creo que ya te he sacado.

Me hizo una peineta sin mirarme, lo que me hizo reír. Noté como se frotaba las manos contra las piernas que tenía tapadas con una manta, pero que claramente no servía para que no tuviese frío.

- Voy a por más mantas -dije.
- No me hace falta.
- Yo diría que sí, estás temblando como un pollo, y dado que no podemos poner la calefacción no nos queda otra que taparnos hasta las cejas.

No respondió. Me levanté cogiendo una vela de la mesa y caminé hasta el mueble que había bajo la televisión, donde sabía que Gavi tenía mantas guardadas. Cogí dos grandes, lo suficiente para cubrirnos a ambos aunque estuviésemos separados.

Me acerqué a Aitana, que me miró con cara de querer asesinarme, pero aún así dejó que estirase el cobertor sobre ella, tapándole sobre todo los pies que tenía sobre el sofá. Siempre tenía los pies congelados.

- Gracias -susurró.

Quise tocarle la cara al ver que por fin me miraba, pero reprimí el impulso y me senté en el otro lado del sofá. Lo cierto era que la manta no cubría hasta donde yo estaba, pero no me importaba si Aitana estaba caliente. Subí los pies al sofá y me froté las manos para entrar en calor.

Noté su mirada sobre mi, observando como mis manos buscaban calentarse.

- Puedes acercarte -dijo- para taparte.
- No hace falta.
- Yo creo que sí.
- Hay otras formas de entrar en calor.

Habría jurado que incluso con esta poca luz, vi el rubor de sus mejillas. Me levanté del sofá y cogí mi teléfono, abriendo Spotify y poniendo música. Empecé a moverme, haciendo el completo idiota.

- ¿Qué haces? -preguntó, reprimiendo una sonrisa.
- Entrar en calor.

Empezaron a sonar canciones que oíamos de pequeños, que ambos habíamos cantado juntos. Primero "Pan y mantequilla", mientras Aitana me observaba hacer el ridículo. Solo lo hacía por ella, para que se riese, para que dejase de mirarme como si todo el cariño hacia mi hubiese desaparecido.

You belong with meDonde viven las historias. Descúbrelo ahora