3. El mundo se está viniendo abajo.

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Los grillos, dispersos y escondidos por el árido suelo, representan el mayor desafío para un Gustabo que lucha por mantenerse despierto. Justo cuando sus pestañas rozan el comienzo de sus pómulos, sueña con transformarse en un hombre lobo bajo la brillante luna llena que se extiende poderosa sobre su patrulla. Cada vez que está a punto de escabullirse por la ventana entreabierta a su derecha, donde la suave brisa susurra que aún pueden permanecer ocultos unos minutos más detrás de las sombras de los arbustos, el vampiro chupasangre de Isidoro aparece en escena.

―Eh... Gustabo, ¿a ti qué te gusta más...? ―debe ser la primera vez que oye su voz con tanta dulzura, hasta el punto de creer que está mostrando consideración hacia él.

Gustabo se frota los párpados, con los ojos fijos en su compañero.

― ¿Has soñado conmigo, Gustabo?

―Sí... ―coge el respaldo del asiento y aprieta el ajuste para moverlo hacia adelante. Se da cuenta de que sus nalgas están ligeramente entumecidas, por lo que no se siente del todo cómodo― Y con tus putos muertos también, ¿no te jode?

Ignorando las risas que llegan hasta el techo, Gustabo permanece impasible mientras observa meticulosamente su entorno. El reloj del tablero confirma que han estado varados allí durante más de cuarenta minutos, una cantidad significativa de tiempo para que se dé cuenta de que nadie saldrá de allí.

Isidoro comparte la misma opinión: ―Igual y que se encargue otro ya, ¿no?

El agudo dolor en su cabeza le hace sentir que se va a rendir a los brazos de Morfeo una vez más, hasta que la emisora zumba en busca de señal. A pesar de tratar de evitar los compromisos estableciendo a la frecuencia como no disponible, Isidoro es más rápido que su intento y pronto se ve obligado a responder a la jerarquía de mando.

¿Has escuchao, Gustabo?

Por supuesto que está al tanto. No se puede burlar al destino, desde luego. Nunca nadie ha sido capaz de hacerlo.

―Dios santo de mi vida, juro que no puedo con esto.


✩⊱


A Gustabo no le gustan mucho las fiestas. Para ser sincero, su idea de pasar un buen rato es tomarse un par de copas en algún bar de mala muerte y poco más. Al fin y al cabo, es a lo que está acostumbrado. A lo sumo, un sábado por la noche, cuando se siente un poco fuera de lugar, algunas tapas de botellas de cerveza terminan esparcidas debajo de lo que le sirve de cama en ese momento.

No es de extrañar, por tanto, que el ambiente en el Yellow Jack le haga sentir que el mundo se está viniendo abajo.

Por la noche, la atmósfera cambia y se vuelve absurdo experimentarla desde el interior de la patrulla. A eso se resigna mientras el bullicio de la gente apiñada frente a la entrada da paso a la formalidad de una figura de autoridad que incluso se impone desde esa distancia. En lugar de caminar el resto del trayecto hasta el inicio del estacionamiento, Trucazo es guiado por una joven de notables proporciones, cada una de ellas adaptándose al movimiento impasible del hombre que lleva delante, hasta que se encuentran frente a una motocicleta estacionada entre dos autos destartalados. Son precisamente las dimensiones de estos dos vehículos las que les obligan a mantener una distancia corta.

Gustabo sabe que no tiene derecho a irritarse, pero la verdad es que no hay suficientes chalecos antibalas atados sobre pechos o pistoleras colgando de cinturas para hacerle pensar que se trata de otra simple llamada de trabajo. La sensación es como si la bilis subiera, subiera y subiera hasta que es expulsada en un chasquido de lengua que rebota en la atención de su compañero.

6969 › FREDDYTABODonde viven las historias. Descúbrelo ahora