—J-Jennie...—respondió la castañita con voz temblorosa.

—¡Hola, Jennie! Soy la señorita Sarah. Vamos a tener un día muy divertido hoy. ¿Te gustaría jugar con bloques o dibujar? —preguntó la maestra, tratando de animar a la pequeña.

Jennie asintió tímidamente, y la señorita Sarah la llevó hacia un rincón con juguetes. Miró unos bloques que le llamaron la atención, esbozó una expresión de curiosidad y caminó de rodillas hasta ellos e intentó comenzar a armar un castillo.

No pudo siquiera poner el quinto bloque, cuando un niño la empujó con brusquedad, provocando que se cayera y golpeara su cabeza contra la pared.

Sorprendida y dolida, emitió un pequeño quejido de dolor que gracias al bullicio del salón no fue escuchado. Luego sus ojos avellanas comenzaron a parpadear lágrimas y sintió como si todos los niños que estaban allí, la observaban y se burlaban de ella.

Tomó su mochila y fue hasta otra esquina alejada del salón, donde no estaba a la vista de casi nadie y escondió su rostro entre sus manos, y las lágrimas empezaron a deslizarse. 

—Quiero... a.... mis.... papás...—murmuró solamente para ella, intentando que nadie le escuchase mientras su voz se ahogaba en el llanto.

Con manos temblorosas, deshizo el cierre de su mochila y sacó un pequeño peluche que su mamá le había dado para que lo llevara a la guardería. Abrazó el peluche con fuerza, encontrando consuelo en su suavidad y recordando el amor de sus padres. Aunque se sentía sola y herida, el peluche le brindaba un pequeño refugio de consuelo.

Se preguntaba mentalmente cuando sus papás iban a recogerla, porque no llevaba metida allí ni dos horas y ya quería irse.

La señorita Sarah estaba ocupada atendiendo a otros niños en el salón, ajena a la situación de Jennie. Mientras tanto, Jennie, abrazando su peluche, miraba a su alrededor con ojos llorosos, buscando algún indicio de familiaridad o consuelo. El bullicio del salón y las risas de los demás niños resonaban a su alrededor, pero se sentía perdida y desplazada.

Decidió explorar un poco más el lugar y se acercó a una mesa donde otros niños estaban dibujando. Observó tímidamente, pero cuando intentó unirse, algunos niños la miraron de manera indiferente y continuaron con sus actividades. Se sintió rechazada y decidió alejarse, buscando un rincón más tranquilo.

En su búsqueda, encontró una pequeña área con plastilina, la misma estaba vacía y esto hizo que la castaña mirase con sus ojos hinchados en todas direcciones para ver si ningún otro niño estaba allí. Cuando comprobó que no era así, se sentó y dejó a un lado su mochila.

Jennie comenzó a jugar con la plastilina, moldeándola con sus pequeñas manos. Poco a poco, se sumergió en su propia creación, tratando de olvidar por un momento la sensación de soledad y rechazo que había experimentado. A medida que daba forma a figuras coloridas, un destello de alegría iluminó sus ojos, como si la creatividad y la imaginación fueran un refugio temporal.

Mientras tanto, la señorita Sarah, finalmente notó la ausencia de Jennie en el grupo principal. Frunció el ceño preocupada y comenzó a buscarla por el salón. Al recorrer el lugar, vio a la pequeña castaña concentrada en su rincón de plastilina.

—¡Jennie! —llamó la maestra, acercándose con una expresión cariñosa— ¿Qué estás creando aquí?

Jennie levantó la mirada, sorprendida al escuchar su nombre. La maestra se agachó para observar las figuras de plastilina con interés genuino. La niña, sintiéndose valorada por primera vez desde su llegada, le mostró con orgullo sus creaciones.

—¡Oh, son maravillosas! —exclamó la señorita Sarah—. ¿Te gustaría mostrárselas a tus nuevos amigos?

Amigos.

Gummy and Notes.Where stories live. Discover now