La casa Blanca

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A las afueras de la ciudad, rodeada de vegetación, puede verse una enorme casa, casi toda pintada de blanco y con grandes ventanales de vidrio que permiten ver su interior. Parece llena de lujos y comodidades, decorada con muebles y detalles cuidadosamente escogidos, como si la persona encargada de tal tarea hubiese revisado cada detalle para hacer de aquel lugar un cálido hogar. 

Había fotos por todas las paredes,  en las encimeras, en las pequeñas mesas, incluso en los elegantes estantes colocados por toda la sala de estar. Al asomarse más cerca, podían verse alguno que otro juguete regado por el piso que estaba totalmente cubierto por una alfombra que se veía demasiado mullida, como si pudieras quedarte dormido allí sin preocupaciones por una espalda adolorida. 

Pero, viendo los juguetes por aquí y por allá, y los niños en cada una de las fotos, entonces la alfombra cobraba sentido. Una medida de protección.

Lo cierto era, que la casa se veía impresionante, con su típica reja blanca, con una seguridad insondable, y un camino de piedras hasta su entrada, todo su patio delantero cubierto de un césped tan verde, que parecía brillar con el sol.

De pronto un sonido maravilloso rompe la quietud y el silencio, y es como si el tiempo volviera a correr, la brisa corre suave y fresca, algunas mariposas buscan las flores y los pequeños pájaros parecen salir a disfrutar de tan hermoso clima. 

La risa de los niños hacen eco en la casa vacía, el chapoteo del agua y los gritos resuenan por los pasillos, llenándolo todo de una nueva luz, que parecen darle vida a aquella casa blanca, que de pronto parece relucir aún más. 

Y es que, después de los pasillos y muchas habitaciones, saliendo hacia el patio trasero, puede verse una enorme piscina, repleta con agua cristalina. Pero no es eso lo que llama la atención y complementa el lugar. No. Son las personas en ella. Niños. Muchos niños, algunos más pequeños, otros más grandes. Aunque lo que más llama la atención es el rostro de felicidad en cada uno de ellos, la pureza de su sonrisa, la alegría y la calidez que hay en su mirada. 

Todos están allí, a salvo de las miradas y de la crueldad, a salvo, pero no ignorantes de ello. Todos y cada uno de ellos habían sido víctimas de la misma persona, utilizados y entrenados para satisfacer el egoísmo y la avaricia de otros. Hasta que fueron salvados, rescatados y llenos de amor por la persona que los observa con atención desde la puerta de cristal que da a la zona cubierta donde ellos juegan felices.

El verlos a todos allí llena su corazón de un modo indescriptible, la felicidad de esos niños se asienta en su pecho llenando su interior de calidez y siente que puede hacer cualquier cosa por mantener esas sonrisas para siempre. Se siente capaz de arrasar con cualquiera que ose siquiera intentar lastimar de nuevo a cualquiera de estos niños. 

Su casa, llena de juguetes regados, dibujos extraños llenos de colores, llena de risas y vocecitas pequeñas, no está dispuesta a cambiarla por nada. No piensa en renunciar a ella, a ellos, por nada del mundo, incluso en los días feos, los días de tormenta, cuando los niños parecen buscarlo más de la cuenta, debido a un miedo que todavía no se atreven a decir o no entienden, ni siquiera en las noches cuando no puede dormir sus horas completas, las noches de pesadillas, llenas de lágrimas por el temor a despertar de nuevo en aquel lugar, temor a ese hombre malo, como ellos lo llamaban. 

Esas eran las noches que más dolían, las lágrimas que más lastimaban su corazón. Porque él también lo sabía, esos sentimientos, el miedo, la soledad, la desesperación y el temor de despertar para encontrarse de nuevo en ese lugar. Había estado allí, igual que ellos, había estado justo en ese lugar, siendo víctima del mismo monstruo, el mismo hombre malo. 

El hombre malo al que había llamado papá. El mismo hombre del que él había logrado escapar, aunque otros, no habían tenido esa suerte, creciendo a su lado, con su modo de ver el mundo totalmente distorsionado debido a los enredos y juegos mentales del otro. Viendo y haciendo las cosas sin cuestionarse si era correcto o no, porque se les había enseñado que todo es correcto mientras sean del agrado de papá. Mientras papá pueda conseguir sus objetivos, está bien. Está bien si quieres ser el hijo favorito de Papá, porque papá te ama y todo lo que él dice está bien. Si obedeces a papá, él estará feliz. 

My Happy Ending (PeteWay)Where stories live. Discover now