Sukuna no permitió que se desmoronara.

—Tenemos que salir de aquí —espetó, mirando a su alrededor.

Había una cesta con pan en bolsitas de plástico. Sabía que el pan era traído de fuera, no se preparaba dentro de prisión. Había botes de legumbres, latas de conserva. Esas apestosas albóndigas, ugh, sólo de verlas le dieron náuseas.

—¿A dónde piensas ir? Todo está plagado de esas cosas —Megumi se limpió la cara, bajando el tono cuando los gritos se extinguieron en la distancia.

—Tú has venido de fuera —señaló —. Sabes cuántos controles de seguridad hay y por dónde se sale.

—Si este módulo está así... ¿Cómo estará el resto de la prisión?

Sukuna se mordió el interior de la mejilla, nervioso. No era la persona más delicada a la hora de hablar.

—No pienso quedarme aquí esperando a morir. Necesito salir de aquí, necesitamos salir de aquí, ¿entiendes? Tú también quieres eso, ¿verdad?

Megumi era un pájaro con las alas cortadas retorciéndose en una jaula, mientras Sukuna golpeaba los barrotes incesantemente. Las dos caras de la desesperación se miraron.

—Quiero salir de aquí —musitó Megumi —. Tienes razón, pero... esto es una prisión. No hay forma de que salgamos vivos, ¿y si estamos todos atrapados aquí dentro?

—Tenemos que pensar algo —determinó Sukuna, notando repentinamente un nudo en la garganta.

Se tocó la zona. Le había asaltado una imagen de su hermano pequeño. Llevaba meses sin verlo. Cerró los puños y se incorporó, dando una vuelta por el reducido espacio.

Miró los cuchillos, las latas de conserva. Megumi tenía una mochila y unas piernas rápidas. Era ágil, lo había visto. La mochila tenía estampado militar y era bastante grande, quizá era una militar de verdad.

Se sentía como si estuviera otra vez en un ring de boxeo, en el sótano de un edificio abandonado, con gente chillando a su alrededor. Era difícil pensar con tantas voces.

—¿Cuántas veces has estado en prisión? —preguntó, intentando buscar una luz a la que agarrarse.

Megumi se puso en pie, pensativo.

—Como... más de quince. He estado en el módulo uno haciendo tareas de voluntariado durante todo el año pasado. Conozco el sitio.

—¿Crees que podrías dibujar un mapa?

—Los folios se quedaron en clase —se lamentó Megumi —. Y mi estuche también —se agachó a revisar su mochila y le enseñó el contenido a Sukuna —. Sólo tengo chicles, pañuelos, una botella de agua y las llaves del coche.

—¿No tienes un teléfono?

—No nos dejan entrar con ello. Está en mi coche.

Sukuna arrugó la boca, reflexionando. No tenían forma de comunicarse con el exterior, a no ser que pudieran acceder al interior de un puesto de control y usar el teléfono. Allí había comida de sobra para aguantar tres días si la racionaban estrictamente, teniendo en cuenta que no podían cocinar.

Todos los módulos de prisión contaban con tres plantas. En la primera se encontraban los espacios comunes como el comedor, la salida al patio, una pequeña biblioteca y algunos talleres manuales. El segundo se dedicaba a clases, consultas de profesionales y salas de uso polivalente. En el tercero, arriba del todo, estaban las celdas.

Miró al techo, pero Megumi señaló la bombilla antes de que él pudiera hacerlo.

—Aún hay electricidad.

Jailbreak || SukuFushiWhere stories live. Discover now