—¡Oh! Ya veo. ¿Crees que se tarden mucho? —cuestionó mientras acomodaba el dobladillo de su saco para evitar cualquier desperfecto en su vestimenta.

—No lo creo. Hace bastante que salieron.

—Bien. Esperaré entonces –respondió con fingida calma y observó de un lado a otro— ¿Dónde está Diana? Quiero un café. ¡Diana! ¡Diana!

Llamó en voz alta y con prepotencia, y Patrick, no pensó que podría ser tan irritante. ¿Por qué no simplemente ir a la cocina dónde la mujer se encontraba y pedírselo de una buena manera? ¿Qué necesidad de llamarla como si fuese un perro que obedece órdenes sin levantar la cabeza? Ese pensamiento lo hacía enfurecer y no quería ser irrespetuoso con ella.

—¿Dónde se metió esta mujer? —refunfuñó Imelda como lo haría una niña de cinco años caprichosa.

—Tía. —advirtió Patrick, disgustado por su actitud.

—Señora Imelda, no sabía que venía de visitas —dijo Diana haciéndose presente en la sala—, ¿Qué se le ofrece? —preguntó con respecto.

—Un café. Ya sabes cómo lo prefiero. —dijo Imelda nuevamente con prepotencia. Porque ella siempre sería mejor que cualquiera, aunque aquello no le duraría por mucho tiempo.

—Sí, señora. —dijo Diana guardándose cualquier palabra que estuviera de más y así mismo se retiró.

Patrick observó con desapruebo a su tía por tal comportamiento. Eso era algo que ni a él ni a Thomas les gustaba de ella. Esa necesidad de siempre demostrar ser mejor que otros era algo que les disgustaba por completo. Apenas Patrick iba a decir una palabra, su móvil comenzó a sonar con insistencia, al observar la pantalla supo que no podía ignorar a esa persona. Momento que Imelda aprovechó para salir bien librada de ahí. Negando con su cabeza, Patrick subió las escaleras con dirección a su habitación.

—¡Paul, amigo! —respondió con alegría— Tanto tiempo.

—Prácticamente un año mi querido, Patrick —le respondieron tras la línea—. Estuviste algo desaparecido últimamente. Y quise esperar que fueses tú quien me llamara, pero es obvio que tuve que hacerlo yo primero. —bromeó Paul, en complicidad.

—Sólo diré que lo siento —sonrió Patrick— ¿A qué debo tu llamada?

—Bueno... ya sabes, trabajo. —concluyó.

—Te escucho. —Dijo Patrick, entrando a su habitación para tener más privacidad.

—Eres uno de los mejores miembro de la firma, Patrick. Lo sabes —aseguró Paul—. Hay un caso, uno muy grande que podría poner a nuestra firma como la mejor de todas si ganamos. Y para eso, te necesitamos.

—Paul.

—Espera, Patrick, sabes que eres el mejor abogado penalista que tenemos en casos de violencia de género —Patrick suspiró ante eso—. Créeme, nos vendría de maravilla que tomes este caso. Te recomendé personalmente con la víctima. Por favor, Patrick. —insistió.

—Tú ganas —Patrick pasó su mano por su frente un tanto resignado, tenía que volver a la rutina del trabajo antes de lo pensado—. Pásame el caso por correo, así voy adelantando algo y el lunes me tendrás ahí.

—Gracias, amigo. Sabía que podía contar contigo para esto —dijo Paul mostrándose feliz por eso—. Ya te estoy mandando todo.

—Ok, Paul. Nos vemos, entonces.

—Nos vemos, amigo.

Al finalizar la llamada Patrick, suspiró en consecuencia.

—Volvemos a Londres, después de tanto. —se dijo así mismo e inconsciente una sonrisa asomó en sus labios.

Contigo, siempre | Mi Luz (libro 2)Where stories live. Discover now