Nos había tomado tres sesiones prepararme para ese momento. Ana tenía dones como tía y conocimientos psiquiátricos, estaba en las manos correctas, lo sabía, aun así, sentí miedo, un terror inexplicable que por un momento me hizo sentir asfixiada. Mi sensibilidad me hacía más vulnerable a lo que estaba viviendo, al sufrimiento crudo que experimentaba en ese instante.

—Abril, alejémonos un poco —me indicó, su voz llegó a través de la neblina en la que me sentí envuelta, un chasquido resonó y percibí como mi cuerpo fue empujado para poner distancia—. Vamos a regresar juntas, estoy contigo. ¿Qué ves?

—Una luz... violeta —agregué, tras sollozar.

—Atraviésala, es una energía sanadora, y de amor, es tuya...

Sus indicaciones continuaron por un largo momento más, tras seguirlas, comencé a ser más consiente de mi cuerpo. Mis párpados dejaron de percibirse pesados, mis músculos se destensaron poco a poco y mi respiración cambió gradualmente. Lo primero que moví fueron las manos, llevé ambas hasta mis mejillas para limpiar las lágrimas empapadas por el llanto.

—Estoy mareada.

—Es normal, no te preocupes. Tómate tu tiempo, con calma.

No pude obedecer aquella petición porque todo lo que vi me alteró de manera desmesurada. Separé los párpados del todo y permití que la luz que iluminaba el lugar terminara de despejarme. El dolor de cabeza me mantenía aturdida, quise sentarme, pero no pude moverme, al menos no de inmediato.

—Me siento agobiada.

—También es normal, no te asuste —pidió, su tono de voz gentil fue reconfortante. Observé como se acercaba para sentarse frente a mí y luego me vi obligada a parpadear—. Retrocedimos muchísimo, estarás un poco cansada, incluso agobiada, pero pronto pasará. Harás los ejercicios de respiración de los que hablamos. ¿Quieres hablar de lo que viste?

—A mi mamá, pude verla a ella. No la recordaba.

Se levantó para ofrecerme agua que tomé de sorbo en sorbo, me fue imposible dar un largo trago, el nudo en mi garganta evitaba que pudiera hacer algo así.

—¿Fue agradable hacerlo?

—No. La extraño muchísimo... También estaba en mi otra vida, pero era mi hermana, o alguien muy cercano.

—Siempre estamos rodeados de los seres que han sido importantes para nosotros. ¿Qué más viste?

—A él... Nuestra última despedida, la manera en la que morí.

—¿A tu divino masculino?

Asentí y el llanto se volvió desolado de la nada, revivir todos esos dolores fue tan fuerte que me fue imposible controlar la emoción. Ana no pareció sorprendida, guio mi respiración para ayudarme a encontrar calma y cuando lo consiguió, me pidió que anotara todo lo que observé. De primer momento no me hallé convencida de hacerlo, tras iniciar, sentí una tranquilidad reconfortante.

Estaba haciendo catarsis, sanando mientras escribía con letra poco legible las emociones que experimenté, y los hechos que viví. El dolor de cabeza no disminuyó cuando terminé, tampoco cuando me tomé el té que me ofreció la amiga de mi tía. Se quedó conmigo, incluso al salir de ahí, al lado de la mujer que se negó a permitir que me marchara sola, pese a que le repetí una y mil veces que no era necesario.

—Tu tía jamás me lo hubiera perdonado —me dijo, justo cuando nos encontrábamos dentro de su auto, aguardando que la luz del semáforo cambiara.

La sensibilidad de Ana era perceptible. Emanaba una energía luminosa y mucha sabiduría, me recordaba a mi tía, me fue inevitable extrañarla mientras conversaba con ella, respondiendo sus preguntas que tenían el fin de evaluarme.

Fuimos momentosWhere stories live. Discover now