Llamamiento a los gatos

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Los gatos no deben afilarse las uñas en las noches, porque se oyen sus rasguños en el respaldo del sillón. Los gatos no deben afilarse las uñas en las noches, porque las clavan en las cortinas, dejándoles pequeños agujeros. Los gatos no deben afilarse las uñas en las noches, porque sus dueños se enojan, y mientras tanto los ratones hacen fiesta en otros lados del patio, campando a sus anchas, lo cual incita a los dueños a pensar en tener más de un gato cazador. Los gatos no deben afilarse las uñas en las noches jamás, porque la noche no es un instante propicio para un acto de tanta pesantez.
Cuando un gato se lame, con su pata de uñas furiosas, se van hacia la atmósfera todos los malos humores de las casas de la colonia, porque el acto de lamerse en posición recostada constituye un acto de higiene colectiva gatuna, una más de las tareas mamíferas para la limpieza y embellecimiento de la especie. Cuando un gato se lame, con sus uñas de colágeno, estirando desde sus almohadillas los cinco dedos con disciplina, se alinean todos los trazos de su geometría peluda, y todas las rectas se cortan en lontananza, allí donde solo el gato las ve, pero en donde sospechábamos que iban las rectas en un inexplicable jaleo de ángulos, factores y segmentos. Cuando un gato se lame, mediante el noble recurso antiguo de pasarse la pata por encima del cuerpo, el brillo se refleja en su pelo y la química alcanza su punto culminante, porque ese brillo del gato que se pasa la mano encima es el último paso para transformar la materia inorgánica en átomos dispersos. Por eso los gatos deben afilarse las uñas contra los árboles durante el día, para tenerlas bien aguzadas en el caso de que haya un animal por cazar. Y para contribuir al equilibrio de los hogares, las calles y naturalezas de toda índole. Y para que en las consultas con el veterinario los diagnósticos resulten favorables y las medicinas no desarrollen efectos adversos.
Los gatos, al asearse en las casas, en los techos de cemento, en los colchones de sus dueños, cumplen con un ritual que purifica el mecanismo que da cuerda al hogar. La ceremonia de lamerse limpia las infamias de su vida diaria. Es como un barbechado que arrincona los errores, las insidias, las infamias. Es como un pulido de la superficie de un objeto suave, como un limado en las oquedades de los asuntos.
Los gatos, cuando se acicalan y piensan en no se sabe muy bien qué -en lo bello, beneficioso y placentero que es pasarse la lengua por el pelo, en lo limpios que estarán todos los días por la noche con su nuevo pelaje oloroso-, cuando arañan espectros con cada movimiento de sus manos, están resguardando el buen rumbo de los acontecimientos.
Nosotros, los mirones, los dueños, los que envidiamos esa forma de asearse, nos limitamos a contemplar anonadados como se acicalan los gatos, mientras meditamos para nuestros adentros una invocación que se sintetiza en esta noción: sigan lamiéndose, gatos del mundo, pero hágannos el favor de no afilarse las uñas contra los objetos de la casa nunca más. Se los pedimos de todo corazón.

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