1: La vida de un vencedor

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Habían pasado tres años desde mis juegos. Me había movido a la Villa de los Vencedores, y ahora tenía tanto dinero que no sabía ni que hacer con él. Le había dado parte de él a la familia de Rupert. Era lo mínimo que podía hacer por haber matado a su hijo. 

En el Capitolio, me había convertido en una especie de ídolo. La serpiente. La tributo de dos caras que había traicionado a todos sus aliados, incluido al compañero de su distrito. Ese quien afirmó ser su mejor amigo. 

Obviamente, el Capitolio no sabía lo que había pasado en la cueva donde había matado a Rupert. Nadie excepto unos pocos sabían que Rupert me había suplicado que lo matara. El recuerdo de sus gritos todavía me perseguía por las noches. 

Aun así, había encontrado un refugio en la bebida. Durante los 73 Juegos del Hambre, un vencedor del 12 llamado Haymitch me había prestado de su botella en un evento especial. Su estado era lamentable, pero al menos su cerebro no estaba pensando en todos los horrores que había vivido, así que terminó por coger algunos de sus hábitos. 

Estaba viendo la televisión mientras iba por mi segunda botella de ron cuando alguien tocó la puerta. Me levanté del sofá para dejar de ver la gira de la Victoria de los dos nuevos vencedores del 12: Katniss y Peeta.

Los odiaba. Los odiaba porque los envidiaba. Tan felices y tan juntos... habían conseguido escapar de la arena juntos. Podríamos haber sido Rupert y yo. Aunque habría sido diferente: porque Rupert y yo nos queríamos de verdad. Lo de esos dos era cosa de puro teatro. 

Abrí la puerta para encontrarme con Raldo. Él había sido mi mentor en los Juegos, y era uno de los pocos vencedores que se mantenía sano.

—Veo que has venido a verme. —dije, mirando a Raldo de arriba a abajo. Tan limpio, vestido con esa chaqueta de invierno azul... me daban ganas de vomitar. O puede que solo fuera el alcohol.

—Me estoy preocupando. —fue lo único que dijo.

Puse mis ojos en blanco mientras empezaba a cerrar la puerta, pero Raldo puso una pierna en el medio para interrumpirme.

—Lo digo en serio. Has empeorado mucho en dos años. Otros vencedores opinan lo mismo. Si sigues así, acabarás como ese borracho del 12.

—Si, bueno, ese es mi objetivo.

—Solo te digo que esta no es la solución. ¿Qué intentas conseguir con esto, Anlieese? ¿Olvidar a Rupert?

Me quedé en silencio un momento, mirando el suelo.

—Si —respondí.

—Pues no deberías. No está bien que lo intentes borrar de tu vida.

—Si tanto te molesta lo que hago, deberías haberte preocupado de salvarlo a él, y no dejarlo morir. —escupí dos veces al suelo.

—Sabes perfectamente que no podía...

—¡Claro que podías! —grité— ¡Tú estabas al otro lado! ¡Y lo dejaste morir después de prometerme que lo sacarias vivo! Eres un mentiroso, y te odio. ¿Me oyes? TE ODIO. 

—Creo que ya va siendo hora de que dejes eso...

Raldo intentó quitarme la botella de la mano, yo me resistí de la rabia, y esta acabo cayendo en el suelo de la entrada. 

—Perfecto. Ahora tendré que limpiarlo. —dije, tambaleándome hacia dentro.

—Tampoco es que tengas tu casa muy limpia. —dijo Raldo, haciéndose paso hacia dentro.

—Lárgate, no te quiero en mi casa.

Empecé a buscar los trapos por la cocina. Recordaba haberlos dejado por ahí en alguna parte... aunque no podía decir si los había cambiado de sitio.

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