—¿Quieres que te enseñe un lugar? -preguntó él quién mantenía su mirada en el volkae.

La curiosidad se removió en mi interior a la vez que lo observaba con cautela.

—¿Qué lugar? -proliferé con cuidado.

-Uno muy divertido -acabó él diciendo con sarcasmo mientras dejaba de observar el volkae para mirarme a mí.

—Xylia tan solo es una sala más dentro de este andrajoso y misterioso palacio, que si no quieres nos podemos quedar aquí pero...

—Espera -acabé cortándolo, no sabía de qué se trataría pero la verdad que era el momento de salir y enfrentarme a la realidad -iré, iré contigo.

La sonrisa de Keegan se ensanchó y sus ojos brillaron con un poco de diversión.

—Entonces a qué esperamos —lo miré confundida cuando me tomó de la mano y en un cerrar de ojos, Nieve estaba en el suelo, persiguiéndonos ya que este loco feérico me estaba arrastrando por los pasillos del palacio.

No sé escuchaba nada, tan solo mi respiración, nuestros pasos y los del volkae detrás de mí. No sé en qué momento había terminado de esa forma, agarrada por un guerrero hábil capaz de aniquilar a cientos de enemigos, o al menos lo que me había contado él, corriendo por los pasillos de un infernal palacio tenebroso, no sin antes haber estado llorando por no poder escapar sin tener que ser dependiente de una bastardo rey que fue el causante de todos mis males. Si así soy yo, tonta y sin la capacidad de racionar.

En fin, la vida era corta, bueno la humana sí, así así si quería salir de aquí y volver al bosque necesitaba conseguir su confianza, y en el peor de los descuidos engañarlos y escapar, a pesar de que sería pillada por Azael en cuestión de segundos. Me odiaba por pensar en utilizarlos pero en el fondo, me gustaba estar con Keegan, hablar con Ilyra y hacer rabiar a Azael. Aunque después me sintiera bastante mal, hacía que siguiera conservando mi espíritu que tanto me caracterizaba y que poco a poco, notaba que empezaba desprenderse de mi aura.

Era la pura realidad, una que quería averiguar y que el maldito canalla no me contaba. Me raptó y me arrancó de mi hogar, tratándome como un objeto que ahora notaba su cambio, con respecto a su mirada y cambio de actitud. Sobre todo antes de nuestra discusión la cual, posiblemente, haya empeorado las cosas pero la verdad es que había un tipo de conexión entre nosotros que empezaba a hastiarme. No podía soportar que ese hombre tan atroz y odioso, se hubiese convertido en el hombre de mis fantasías. Lo odiaba por todo lo que hizo, pero más, por haberse incrustado en mi débil mente.

Keegan me llevó por los entreversados pasillos de ese grandioso palacio, hasta que finalmente en su recorrido, empecé a escuchar pasos y murmuros, como si hubiese un grupo de gente reunido en algún lugar cercano. Sin embargo, fue la reacción de mi compañero quién me hizo darme cuenta de que algo estaba pasando, ya que se quedó tan quieto que me choque contra él, contra su espalda.

—Ay —me quejé mientras acariciaba mi pobre frente quién recibió el impacto.

Por parte de él no hubo reacción, simplemente se quedó estático, su mirada perdida entre las paredes.

—¿Keegan? —pregunté yo con las ganas de averiguar qué estaba pasando.

No fue hasta que me puse delante de él cuando pareció recobrar el sentido.

—¿Q-qu..? —sus ojos me miraron distraídos y confusos como si acabara de salir de un trance.

—¿Estás bien?—pregunté preocupada.

Si, preocupada por el que debía ser uno de mis enemigos.

—Si... tan solo ha sido un mareo —confesó mirándome.

La Leyenda ÁureaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora