En cuanto balbuceo una despedida, reanudo mi camino, sin prestar la más mínima atención a mis alrededores. Lo menos que quiero ahora es encontrarme con alguna mirada burlona. Llego por fin a la puerta correspondiente, entro y observo a los lados. No hay muchos alumnos aquí, uno que otro hablando entre ellos. Está temprano, es normal que falten varios, por lo general, yo siempre llego cuando la campana de entrada suena, así que es nuevo verme a esta hora por aquí.

Me decido por ir a buscar la guitarra y practicar un poco sobre lo que sé —que no es mucho—, para pasar el tiempo.

Pero me detengo al ver a la persona que está tocando su guitarra, sentado cerca del resto de ellas, parece concentrado, de espaldas a mí, mientras la melodía sale. Lenta y hermosa.

Creo que tardaré mucho en acostumbrarme a escuchar a Bradley tocar. Es nada más que… increíble.

—Hola, June.

No he tenido tiempo de escapar, tampoco es que hubiera podido hacerlo. Pero Bradley ni siquiera ha volteado, tampoco dejado de tocar, solo… lo dijo, de alguna manera sabe que me encuentro tras él.

No digo nada, tal vez esperando que así, de una manera muy tonta, ignore mi presencia.

Estoy un tres porciento preparada para este momento.

—Ven, siéntate junto a mí. —palpa la silla a su lado, ahora observandome de reojo.

Incomodidad, es la palabra con la que puedo definirme en este momento. Igual me obligo a caminar hasta donde me indica, demostrando que no siento nada por su presencia, a pesar de que es todo lo contrario.

Me acomodo en el taburete a unos quince centímetros de él. Puedo oler su varonil y perfecto perfume, escuchar su respiración, también sentir la pequeña mirada que me dirige. Jamás sentiría tan profunda una mirada como la suya, estoy segura de eso.

—¿Cómo te ha ido?

Su enorme sonrisa no está, su buen humor parece haberse esfumado, sus ojos, a pesar de lo profundos que aún pueden ser, se ven… apagados. No parece al Bradley Elliat que conozco.

Y aún así se esfuerza por hablarme.

No lo entiendo.

—Bien, supongo. —contesto tan rápido como las palabras logran llegar a mi boca.

Un pequeño silencio surge de un momento a otro. Algo nuevo, Bradley siempre tiene algo que decir, él siempre tiene algo a lo que yo pueda reprocharle.

Vuelve a lo que hacía antes de yo llegar, empieza a tocar. Su vista apenas ve las cuerdas, sus manos empiezan a moverse con delicadeza mientras la melodía llega a mis oídos. Es lenta, parece melancólica… triste.

Entonces nuestras miradas conectan. Sus ojos verde manzana me atraviesan. Sus manos siguen moviéndose en el instrumento mientras me ve. Y yo no puedo apartar la vista, por más que así lo desee.

O tal vez no lo desee en lo absoluto.

—¿Alguna vez hay escuchado cómo existen personas que se desenvuelven mejor a través de la música?

Niego con la cabeza, aún admirando el verde que adorna su iris.

—Bueno, soy una de ellas. —admite, yo ingiero sus palabras, una por una—. Me resulta mucho más fácil decir lo que siento a través de la melodía de mi guitarra. No lo sé, es algo que solo hago.

Un ápice de sonrisa aparece en sus labios, pero de deshace casi de inmediato. Parece distinto, y temo haber sido yo la que ha causado esto.

Pero, ¿qué digo? Eso no puede ser posible, no podía estar así por mí… ¿verdad?

Cuando las palabras ya no dejen heridasWhere stories live. Discover now