—¿Recordar? —su pecho sube y baja, tiene la respiración rota, el sudor adherido a la piel, la sangre caliente y siente como la cabeza le duele justo de donde la comadreja ha dejado cuatro trenzas.

—Sí. —se pone frente a él de un paso largo y tiene que desviar la mirada. —Me llamaste sinvergüenza.

Siente que de pronto ha comenzado a nevar, de esas veces aterradoras en las que el reino se tiñe de blanco y el sol no aparece. Justo la época en la que los cuervos mueren y las personas se ocultan en casa.

—Eres el niño cropuloso.

El recuerdo de su piel oscura y sus revoltosas pestañas largas le rondan en la mente.

—Sigues siendo una niñata, ¿No?

—Una mujer. —en realidad niñita era buena definición. Los plebeyos llamaban así a los cobardes. —¿Por qué entiendes mi lengua?

—Porque mi abuela es de aquí y mi hermano se ha metido la idea en la cabeza de casarse contigo.

—Eso no pasará.

—Ya no son dos niños.

—Creo recordar que cuando yo era una niñita tu hermano no estaba ni cerca de ser un niño. —a través del velo ve los ojos cafés del alfa, casi naranjas. —El niñito eras tú.

—¡Princesa! —la comadreja grita alarmada. —¡Venga aquí ahora!

—Un placer, majestad. —Taylor hace una reverencia y lo ve cerrar los ojos. Una de sus manos se extiende y la otra reposa sobre su estimado, tiene los pies rectos y está inclinado a medio cuerpo, con la espada derecha y los cabellos teniendo de su cabeza. Tiene ese par de pestañas que le parecen hipnotizantes, pero no puede apreciarlas a la perfección porque escucha a la comadreja llamarlo una vez más.

Camina, sin hacer una reverencia frente al príncipe sin corona, ese Heredero eterno de Dragonsrryn.

Taylor ve cómo la princesa sube las escaleras con calma, tomando la suave tela del vestido magenta que lleva, la capa le arrastra sin permitirle siquiera verle la piel de los pies.

Odia estar ahí.

Había escuchado tantas historias de la tierra roja, la cuna del pecado, que siente desilusión que el único trozo de piel que la princesa muestre sean las palmas de las manos, sus mandíbulas y el un ligero destello de su cuello blanco. Aunque debe admitir que su belleza es increíble, magnífica, desde su silueta fina y bien marcada, hasta la brusquedad de sus hombros y el poco busto que la acompaña.

—¿Qué pensabas al quedarte frente el príncipe a charlar?

—¿Y qué suponías que hiciera? ¿Ignorar al hermano de mi futuro prometido?

—¿Sabés en lo que pudo terminar esto?

—¡En lo que debió pasar desde el principio!

Clariant se queda quita, tanto que pareciera que el aire también se ha detenido.

—¿Qué exactamente?

—Dejarme morir junto a Aki. —aquellas palabras son veneno para la Reina. —Es mi destino.

—El destino no existe.

—Lo hace. —la capa queda en el suelo. —Lo llevo tatuado en la piel. —arranca las mangas del vestido y como puede lo abre del pecho. —¿Qué acaso soy el único que lo ve?

Se gira mostrando su espalda, aun con el corset puesto, la marca se asoma. Es imposible no verla mucho más cuando la blancura de su piel hace que aquel enorme lunar rojo resalte.

Clariant lo ayuda a deshacerse del corset y por primera vez se queda sin aire. Apreciar de cerca una maldición, una leyenda no era lo mismo. No porque ahora no estaba plasmada sobre el mármol, sino sobre la piel de su sobrino.

Sobre la piel del hijo que juro proteger.

Parecía como si un pintor hubiera vertido sobre él los tintes rojos que extraían de las hojas rojas de los encenios, como si el pincel fuera el que trazo aquellas llamas en forma de círculo y esa luna llena en el centro.

—O me mata Bardick o lo mato yo a él.

—No digas barbaridades, Aki.

—Sabes que Aki jamás dice cosas sin pensarlas... —se gira. —Pero no soy Aki y si no quiero terminar como ella, tomaré al destino en mis manos.

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𝖀𝖓𝖆 𝕮𝖔𝖗𝖔𝖓𝖆 𝖉𝖊 𝕸𝖊𝖓𝖙𝖎𝖗𝖆𝖘 •Taynic Galikhar•Where stories live. Discover now