III

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Haberle mandado cortar la lengua a Lady Axx fue una exageración, lo supo años después, cuando el el reino la nombraron como la loca de Aipabuwyth. No sintió culpa, porque cuando se trataba de la Corona, ella hacía cualquier cosa para intentar protegerla.

La comadreja nunca le dio detalles, simplemente le dijo que Edmund —el cuervo— no había sido nada cauteloso al llegar, que como buen Heraldo llegó anunciando la muerte y a punta de broma le habló.

«Hola». Fue lo que dijo después de que la lengua no estuviera donde debería. La voz de los cuervos era tan aterradora como su graznido.

No solo se había librado de ella en el castillo, sino también de su irritante voz y eso le generó felicidad cada día hasta ese momento.

—Contén tu respiración. —ordena sin siquiera verlo. —Más, Aki.

Estaban en la torre de homenaje, en el cuarto de vestimenta, donde las cortinas caían desde el techo hasta el suelo y el sol no entraba. El candelabro goteaba cera de las velas amarillas que lloraban tras la llama ardiente y las esquinas estaban cubiertas de polvo y telarañas.

—Lo estoy intentando.

—Tienes qué hacerlo mejor. No me basta con que lo intentes.

Aki la mira con evidente odio de lo pies a la cabeza. La Reina Clariant está sentada al fondo, sobre una de sus sillas mientras sostenía una costura, observa cada uno de sus detalles con mayor detenimiento que a él. Llevaba un vestido rojo de chalís y tul, adherido al cuerpo con una pequeña caída desde la cintura al suelo.

—Lo estoy haciendo. —obtiene un destello de sus ojos cuando centra su atención.

—No. —sus pies se arrastran sobre el suelo una vez que se pone de pie. —La espalda. —dos dedos le tocan el hombro y tiene que pararse recto. —La barbilla. —los dedos lo guían. —Las manos. Los pies...

El tacto de la Reina era frío, pero le quemaba la piel, ardía como una gota de cera hubiera adornara su blancura o como si el fuego atravesada la tela de su vestimenta.

—Basta, madre. —susurra exhausto. —¿Podemos dejarlo para mañana? Prometo hacerlo mejor.

—No. —intenta verla por el rabillo del ojo, sobre sus hombros. —Aki...

Respira, tomando el valor y la fuerza para volver a su posición, y una vez que la tiene, pareciera que nadie le ha corregido la postura. Su respiración era pausada, llevaba un vestido de mangas largas que estaba entretejido de los costados con listón, la tela del pecho era mucho más suave, pero no era visible por el corset que le obligaban a usar y la casaca sobre sus hombros, y bajo todos esos metros de tela, llevaba su ropa interior; unos apretados pantis y sobre ellos otros, pero más holgados.

—Bien. —Clariant lo ve durante segundos. —Ahora camina.

—¡Mamá!

—Mamá nada, soy tu Reina. —hay una media sonrisa en su rostro. —Camina para mí.

Suelta un suspiro y mantiene la postura recta, sus pies se levantan con suavidad buscando el momento exacto de tener contacto de nuevo con el mármol. Igual que la Reina, él no debía usar tacones ante el Rey o fuera de eventos sociales, aunque de estos no hubiera muchos.

Apartó su mirada de Clariant cuando se posición delante de ella. Sus ojos eran un constante recordatorio del porqué hacia eso, de su deber. Cómo si todas las telas que envolvían a la perfección su cuerpo no fuera ya suficiente.

—La reverencia al Rey. —le menciona y siente dos dedos sobre su cintura.

—Alteza. —inclina la cabeza y esa acción provoca que el corset se presione con mayor fuerza sobre su estómago, que dos mechones de cabello caigan sobre su frente y la casaca se mueva hacia delante.

𝖀𝖓𝖆 𝕮𝖔𝖗𝖔𝖓𝖆 𝖉𝖊 𝕸𝖊𝖓𝖙𝖎𝖗𝖆𝖘 •Taynic Galikhar•Where stories live. Discover now