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La puerta principal se abrió y la lluvia resonó con mas intensidad. Los cabellos rubios y los inmensos ojos azules se hicieron presentes en el comedor. Elthon Cambrig irradiaba la agonía de haber luchado en el frente del ejército. Miró en todas direcciones y repasó cada uno de los rostros pero ahí no se encontraba el que él buscaba. Vistas clavadas en platos de sopa era todo lo que encontraba. Rostros avergonzados, arrepentidos.
Un suave quejido llegó a sus oídos y luego una puerta. Jack entró en el comedor, pequeñas gotas de sangre salpicaban sus ropas blancas.
-¿Qué hiciste?- masculló en dirección a su padre y salió de ahí.
Al entrar en la habitación, Emma sollozaba en silencio sin lograr ponerse de pie. Por su espalda se deslizaban los finos hilos de sangre y el cinturón favorito de su padre se hallaba a un costado.
Se aproximó a ella y la ayudó a ponerse de pie mientras volvía a colocarle su remera. No hubo palabra alguna. La guió fuera de allí y pasó por el comedor con rumbo a la escalera.
-Emma..- empezó el anciano dispuesto a ordenarle que tomara asiento.
-Ni siquiera lo intentes.- amenazó el joven de los cabellos rubios.- Esto se acabó.
-Acabo de sacarte de la guerra, me debes respeto.- rugió el hombre furioso.
-Hubiera preferido que me mataran antes de volver y descubrir en el animal en que te convertiste.
-Si tanto la queres, llevátela.-gritó furioso. Los cabellos negros permanecían quietos. Había perdido la conciencia y se veía tan frágil como una muñeca de trapo. 55 pares de ojos estaban clavados en ella. El joven Elthon tenía razón,  su padre era un animal pero ellos también lo eran, porque llevaban mucho tiempo siendo sus cómplices.
-Eso mismo voy a hacer.
El joven la alzó en brazos y comenzó a subir la escalera.
-¿Qué pensaría tu madre?
-Estaría orgullosa de mi.
Tras unos segundos se escuchó como se cerraba la puerta de la habitación. Al parar la tormenta partiría con ella hasta su casa. Esperaba que quienes residían allí actualmente no fueran como los que se encontraban con su padre porque sino había llegado la hora de corregirlos. Nadie volvería a hacerle daño a la pequeña Emma nunca más.
No comprendía cómo es que su padre había cambiado tanto. ¿Cómo era que él hacía eso?¿Cómo podía dañarla así luego de que asesinaran a su esposa?
Las preguntas volaban en la mente de Elthon mientras curaba las heridas en la espalda de ella con suma delicadeza.
-Voy a cuidarte, linda. No voy a dejar que vuelvan a lastimarte.- susurró y le cubrió las heridas antes de ponerse a organizar todo para su partida.
Tres golpes sonaron en la puerta del cuarto. Al abrir, se topó con dos cuadernos y un pequeño osito de peluche. Sobre ellos, una nota. "Son de ella."
Elthon los tomó entre sus manos y volvió a cerrar la puerta. Los guardó entre sus cosas y, una vez que todo estuvo listo, se tiró junto a ella porque para él, el mayor de los placeres era ver a esa pequeña princesita dormir.

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