Dianne de Mare creció sabiendo que estaba destinada a casarse con el emperador de Obelia. Cuando cree que todo está perdido, su boda se realizó y su vida cambió.
Luchando por el poder y por el amor, Dianne estaba dispuesta a destruir a sus enemigas...
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Cuando el día de la boda llego, Dianne se preparo desde antes de que saliera el sol, su madre era quien daba las órdenes y quien le decía que hacer o no, posiblemente sería el títere de su familia.
—Mi hija hermosa - Dianne la miro, le desagradaba aquella faceta hipócrita de su madre pero la aceptaba por que era lo único que tenía de ella.
—Es hora de irnos - el duque se acercó —Recuerda que tu familia debe de ir primero, tu hermano debe de tener buen puesto en el consejo.
—Lo se, vamos... - El Duque tomó su brazo y la llevó hasta la salida.
Al llegar a la iglesia fue recibida por un grupo de guardias, los ciudadanos estaban ahí recibiendo con alegría a la nueva emperatriz, habían pasado años desde que habían visto a una emperatriz en el imperio y agradecian estar vivos para ver aquel momento.
Al llegar al altar fue recibida por la mirada gélida de Claude, sintió escalofríos y supo que su vida se había arruinado.
—Puede besar a la novia - Claude la miro con desprecio y se negó.
—Date prisa o te mato -el padre bendijo el matrimonio y dio por finalizada la ceremonia, Claude fue el primero en salir, sin esperar a Dianne subió al carruaje.
Dianne salió detrás de él de forma lenta, se sentía cansada y angustiada, tenía miedo de subir junto a él y de recibir palabras crueles.
—Ni creas que esta boda fue real - Dianne le miró, su miedo se hizo realidad —Eres la emperatriz pero no la mujer que amo, vive como una mujer muerta.
—Soy su esposa...
—Un estorbo eres, no quiero ni verte, mantente encerrada en el palacio de la emperatriz - Dianne miro el suelo, Claude bajo una vez el carruaje se detuvo, Dianne soltó un suspiro y le siguió.
El salón lucia bien decorado y el ambiente era festivo, al entrar todos le hicieron reverencia, su familia miraba con orgullo a Dianne, pero sabía que aquel orgullo era solo una pantalla.
