—Majestad, ¿es cierto que es su destinada? —quién osaba preguntarme aquello con esa reprochidad al mismiso rey del Subsuelo.

¿Cómo lo sabía? Todos los presentes palidecieron y empezaron esos dichosos murmuros y susurros que tanto odiaban. En esta sala todos teníamos la capacidad de oír a distancia y de escuchar los mínimos ruidos, si pensaban que no los escucharía, estaban muy equivocados.

Mis ojos se abrieron llenos de odio y furia, era uno de los lores más jóvenes que había en la mesa. Siempre me había desagradado, sobretodo su impertinencia. Debería haberlo matado cuando me lo presentaron.

—Eso no es asunto tuyo, ni de nadie más —dije lo más letal y conciso que pude.

—Por eso quiere mantenerla a su lado, porque es su amada.

¿Quién se creía para poder hablar así y dirigirse de esa forma? Todas esas cavilaciones eran inútiles y sobretodo absurdas. Se lo conté a mi corte y no iba a dejar que sus palabras dudaran de la confencialidad de mi Corte.

Pegué un golpe en la mesa con mis puños, que provocó varias grietas en la madera. Todos guardaron silencio, menos una persona que susurró esas palabras que tanto necesitaba en ese momento y que procedían de mi lado derecho.

—No entres en el juego.

Malentha tenía razón, debía de mantener la compostura. Era un soberano y debía mostrar ejemplo. Así que respiré profundamente y simplemente hice lo que me pareció correcto.

—La reunión ha concluido —me levanté hecho una furia seguido por Cyno y Malentha —Espero que recapaciten el hecho de que están hablando sobre mí, sobre su rey.

Con esas palabras, me largué de esa sala lo bastante indignado y enfadado como para arrancarles la cabeza a todos esos inútiles lores. Entonces me vino una idea a la cabeza y me giré hacia Cyno.

—Da la orden a todos los mensajeros de que todas las noticias sobre mí destinada son falsas, no quiero volver a oír a nadie hablar sobre este tema.

—Si, señor.

Si ese estúpido macho sabía algo sobre mi destinada, lo más probable era que lo supiera más gente. No había la necesidad de que se expandiera y menos sin haber dado yo mi aprobación.

Se marchó con rapidez, dejándome en ese pasillo con Malentha. Mi hermana me miraba con el rostro inexpresivo pero cuando me hizo es apregunta, al segundo contesté.

—¿Estás seguro de que es ella?

—No he estado tan seguro en toda mi vida, Malentha.

Una confesión cargada de emoción. Había tenido miles de encuentros con mujeres y nunca de ellas había despertado todos estos sentimientos que brotaban en mi interior.

Dejé que Malentha se marchara y que retomara su trabajo como Mano del Rey y me dispuse a buscar a Ronan. Él había pasado por esto hacía mucho tiempo atrás, su destinada era ni más ni menos que una preciosa hembra de nombre Anstra, quién aguardaba en su hogar cuidando de las pequeñas, Handi y Giara. Se llevaban dos años y ahora debía tener como unos cuatro y ocho años. Habían seguido la estirpe de sangre de su padre. Ambas híbridas, se podrían convertir en serpientes negras creadoras de veneno. Ronan había encontrado a su destinada hacía dos cientos años pero esperaron a tener hijos ya que Anstra estaba combatiendo una difícil batalla contra una enfermedad que le afectaba a su sistema sanguíneo. Finalmente se recuperó y pudieron crear una familia.

Familia, nunca había pensado en ella ya que nunca tuve unos referentes en mi vida. Mis padres era mero polvo cuando me convertí en rey y eso que aún pudieron concebir a Malentha. Ellos no me criaron ni cómo tampoco me educaron, nací para ser un el próximo rey que sustituyera a mis padres, como mandaba la línea sucesoria y real.

La Leyenda ÁureaWhere stories live. Discover now