– Mierda – mascullé y tirité por el frio del aire acondicionado que iniciaba a penetrar mis poros.

La tela estaba destrozada y deshilachada, imposibilitando que retornara a colocarla en mi cuerpo. Conmemoraba el instante en que su rabia me desgarraba la ropa y el modo en que me había inducido en su concupiscencia a tal grado que no me había importado que desmembrara la única prenda de vestir que tenía conmigo.

– Voy a comprarte otro.

– Más te vale – balbuceé y él rio.

Sus dedos acariciaron mi espalda baja, casi ronzando el filo de mis bragas perladas, y cuando sentí la calidez de su camisa blanca rozar mis hombros, un calor abrazador se posó en mi piel.

– Usa mi ropa – pidió sobre mi oído, distinguiendo mi ropa esparcida en el suelo.

– ¿Y tú saldrás solo en pantalones? – consulté, y sus dedos rozaron mi cuello para extraerme el collar.

– Como si no me hubieran visto sin ropa antes.

Oculté la risa entre mis mejillas, y oí su risa escasa resonar desde su garganta. Corroborando que su prenda de seda me cubría más allá de los muslos, volteé hasta notar su proximidad.

– Me encantaría tenerte de este modo todo el día – comentó directo.

– ¿Sobre esa mesa o con tus camisas? – consulté ocurrente, y él sonrió.

– Donde sea y como sea.

Sus dedos se deslizaron por mi mentón, volviendo a acariciar mi piel con más necesidad.

– Si me lo dices así voy a pensar que hacerlo sobre una mesa es tu especialidad.

Torné a comentar jocosa y su risa mordaz inundó la habitación.

– No, zorrillo. Todavía no conoces mi especialidad.

Insinuó con un tono ronco y demandante, como una cruel invitación a una libre exploración de sus más recónditos hábitos insaciables. Mi libre albedrio me enseñaba que podía decidir si quería o no que él acometiera un delito embriagador sobre mi cuerpo y hacerme llegar a orgasmos de formas inusitadas.

Y mierda que si quería descubrirlo.

Su pulgar e índice me retuvieron por la barbilla hasta conseguir que detectara sus ojos lóbregos, y por impulso, solté:

– Oh, ¿tu especialidad son los coches? – bromeé, y su mirada penetrante se apaciguó.

– ¿Los coches? – consultó confundido.

– Sí, bueno. Ya que nunca estás en tu casa...

Mis pensamientos íntimos se habían desprendido de mi interior sin cavilarlo, revelando que había una confusión en cuanto a su vida más allá de su trabajo como actor para el entretenimiento adulto. No fue mi intención resaltar lo que una vez le había consultado y él había evitado responder, no obstante, la duda comenzaba a carcomerme la mente, más aún luego de la llegada de su hermano al vecindario

Él nunca estaba en su vivienda y no era una novedad conocer esa información. Pero, aunque no me incumbía, sentía curiosidad por conocer que hacía a las altas horas de la noche y horas incontables del día afuera de su propio hogar.

Sus dedos se desprendieron de mi mentón, y me limitó vidrioso.

– ¿Otra vez vas a decir que duermo en el coche? – su voz resonó en mis tímpanos con lasitud.

– Cómo no quieres que lo crea si nunca estás en tu casa – me encogí de hombros.

– Siempre estoy ahí.

Detrás De Cámaras ©Where stories live. Discover now