—¿Es aquí? —pregunta Zack, que voltea a ver a Sol. Ella asiente. Frente a nosotros se encuentra un local con luces neón. La música que suena en el interior, se escucha con claridad afuera. Debe de superar los niveles permitidos, han tenido suerte de que ningún vecino haya dado parte a la policía—. ¿Estáis seguras de que queréis entrar? Puedo sacarles yo... no hace falta que... ¿Y si veis algo que no os gusta?

Sol y yo le miramos con las cejas en alto.

—Ojos que no ven, corazón que no siente —murmura Zack.

—Eneko es libre de hacer lo que quiera, no somos nada. Si vengo a por él es porque valoro su carrera musical tanto o incluso más que él. Cualquier escándalo podría mandarlo todo a la mierda. Y, si Dylan estuviera haciendo algo que no debe... mejor descubrir la mentira ahora, que no vivir en una el resto de tu vida. Al principio dolerá, luego lo agradecerás.

—Confío en Dylan —mascullo.

—Tú sí, te ha dado motivos. Yo en Eneko no.

Zack asiente y pulsa el manillar de la puerta. Se echa a un lado para que pasemos y el humo del interior nos da una bofetada en la cara. Sol empieza a toser y yo me cubro la boca con la mano. Entrecierro los ojos y, a duras penas y con la nula visión que la humareda nos provoca, Sol extiende su mano hacia atrás y me agarro a ella. Hago el mismo gesto para no perder a Zack, que sigue mis pasos, pero coloca sus manos en mis hombros y me asegura que está bien.

La música está muy alta. Hay gente dormida en sillones, otras tantas parejas enrollándose, personas que bailan de forma arrítmica, unos cuantos apoyados sobre la barra y, todos, sin exceder alguno, con más alcohol que sangre en el cuerpo. Al fondo de la sala, hacia dónde se dirige Sol, hay un grupo de cinco chicos que no parecen estar pasándolo mal.

Y, de entre tanta gente, Dylan. Tiene un vaso en la mano que se acerca a la boca y se bebe de un trago, se acerca a la barra, lo deja ahí y da un golpe para que el camarero, que le desafía con la mirada, le sirva otro igual. Zack masculla a mis espaldas algo que resulta inaudible por el ruido en exceso, pero intuyo que es un insulto hacia su amigo.

—No os acerquéis a ellos hasta que vuelva. Hacer cómo que sois dos personas normales que han venido a pasárselo bien y están bajo los efectos del alcohol o quienes nos rodean os comerán. No tardo —dice Sol. Me suelta la mano y desaparece entre la multitud.

No nos da tiempo a pedirle explicaciones, pero el rubio se mete en el papel. Me gira hasta encontrarme con él y me obliga a bailar la canción que suena. Aunque no tengo ganas, lo hago. Lo último que necesito es que alguien descubra que somos intrusos. Siento la tentación de voltearme para ver a Dylan.

—Dylan está mirando hacia aquí —masculla. Abro los ojos al máximo, aterrorizada—. Sigue bailando. No dejes de hacerlo —sus ojos se clavan en el fondo de la sala y regresan a mí. Mi cuerpo se contonea al ritmo de la música—. Bésame.

—¿Qué? Ni loca.

—Dylan es más astuto que tú y que yo, aún llevando el número de copas que sea que lleva encima. Bésame para que deje de sospechar. Jamás creería que tú y yo... ya sabes.

—No puedo besarte. No quiero.

—Bien. Lo haré yo.

Su dedo pulgar se aferra en mis labios y al instante, sus labios impactan con mi boca. Le agradezco que haya tenido el detalle de hacer que nuestros labios nunca entren en contacto, pero tener a Zack tan cerca, de esta manera, es una sensación que nunca he sentido. Y no me disgusta. Pero tampoco es lo que quiero.

Quizás el momento se pase antes si pienso que enfrente tengo a Dylan. Eso hago. Cierro los ojos e imagino su boca, su lengua, su perfume. Pongo mis manos a ambos lados de su cintura y tiro de su camiseta con garra. Nuestras cabezas se mueven de lado a lado, imitando el movimiento de un beso. Zack me atrae hacia él y mis manos acaban pegadas a su pecho. Cuando abro los ojos, desliza el pulgar por mis labios y estos quedan entreabiertos. Siento el aire entrar y salir. El corazón me palpita en la garganta.

Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]Where stories live. Discover now