Me gustaría afirmar que me da igual, pero duele. Casi tanto como la primera vez que me fallaron. Casi tanto como todas las veces que he decidido volver a confiar en ellos. Incluida esta.

Me esfuerzo. Los miro. Una y otra vez. Joder. No sé quiénes son. Y no sé qué me produce más miedo, si que ellos no sean las mismas personas o que yo ya no sea el niño bueno que por no estar solo estaba por cualquiera.

Río con sarcasmo. No parece que les haga la misma gracia que a mí.

—Por esto querías que viniera ¿No? No os importo yo, nunca lo he hecho. Tonto de mí que hayan tenido que pasar tantos años para darme cuenta del tipo de escoria que estáis hechos —me paso la mano por la cara, no puedo dejar de hacerlo. Se ha convertido en un acto reflejo de mi ansiedad—. ¡Habérmelo dicho antes! ¡Vosotros hubierais ganado tiempo y yo no lo hubiera perdido!

—¿Nos hubieras dado cincuenta mil dólares? —pregunta Pelirrojo, sorprendido. Casi agradecido. Viene a darme un abrazo, pero me aparto. Abro los ojos, no pestañeo—. Bueno, tampoco es para que pongas esa cara...

—¿Os habéis vuelto locos?

Nick me pone una mano en el hombro.

—Seguro que tu novia puede hacer algo. Es su padre.

En un movimiento rápido le cojo por la mandíbula y ejerzo fuerza. Sus mejillas se deforman.

—No te vuelvas a referir a él de esa forma —mascullo. Le suelto y se acaricia la cara con gesto de dolor. No me voy a disculpar, no se lo merece—. ¿Cómo demonios llegasteis a él?

—En Europa nos hablaron de él. No sabíamos que era el padre de tu novia, nos enteramos con el tiempo, cuando quedamos con él para hacerle entrega de uno de los pagos y... joder, Dylan, ese tipo lo tenía todo controlado. Nos pinchó los teléfonos. En cuestión de segundos tenía todo tipo de información de nosotros y nuestras familias. Y de ti.

—¿De mí?

—Sí.

Algo cortocircuita en mi cabeza. Abro la boca para decir algo, pero la cierro al instante. Todo me da vueltas. No sé cómo he llegado hasta el suelo, pero he dejado de ver con claridad hace unos segundos. Me duele la cabeza. No sé si me he golpeado con algo. No sé nada. Sólo sé que ella no se puede enterar.

—Ulises —digo, con un hilo de voz desde el suelo. Él permanece en cuclillas a mi lado—, dime por favor que no me acabas de involucrar en una jodida encerrona.

Por lo poco que veo, Ulises traga saliva con dificultad y me mantiene la mirada.

—Lo siento, tío.

—¿Qué cojones has hecho, Jones?

—Lo sabía todo de ti, Dylan. Te lo he dicho. Nos dijo que nos perdonaría la cantidad que le debíamos sí te llevábamos hasta él.

—¡Somos amigos! —grito.

—No puedo fallar una vez más a mi padre, Brooks. Ni a mi hermano. Ni a mi madre. Tampoco a Sol. Todos ellos confían en mí. Creen que estoy en Italia desintoxicándome, no en Nueva York esnifando cocaína y vendiendo a mi amigo por no tener dinero con el que pagar mis vicios.

Cierro los ojos con fuerza y me levanto del suelo impulsando mi cuerpo con una mano. Los que decían ser mis amigos me miran con cautela. No sé qué se les estará pasando por la cabeza en estos momentos, pero yo trato de combatir las ganas de torturarlos con las de llorar. Camino hasta Ulises y pego mi frente a la suya. Gruño. Resoplo y le pego un empujón.

—Llévame hasta ese hijo de puta —mascullo.

Ulises me observa ojiplático. Abre la boca y le veo tragar grueso.

Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]Where stories live. Discover now