Él me sonríe y me pasa el brazo por los hombros con aires chulescos.

—Cuidaré de ti, enana. Aunque tú no quieras.

A veces, las personas que, por circunstancias de la vida nos hemos acostumbrado a pensar más en el resto que en nosotros mismos, tenemos el superpoder de medir nuestras palabras. En ocasiones está bien. No todo el mundo filtra lo que dice. Hay gente que habla y después piensa. La mayoría de enfados en relaciones, amistad y familia empiezan ahí. No lo digo yo, lo dice la ciencia... bueno, sí, lo digo yo. Personas que se meten en temas que no deberían, opiniones innecesarias y verdades que, sea por la circunstancia que sea, no queremos escuchar. Tienen la facilidad de, entre cientos de miles de palabras, elegir las más hirientes. O así lo sentimos nosotros... ¿Quizás todo es cuestión de perspectiva? No lo sé.

Zack es la única persona del planeta Tierra con la que no mido mis palabras. Tan sólo de pensarlo, sonrío. Y no es que con Dylan, Lara y el resto de personas que me rodean tenga una relación diferente, sino que él, Zack Wilson, bajo esa coraza de tipo gracioso y ligón, posee una forma de ver la vida que los demás, por lo que sea, no tenemos.

Lo que con Dylan sería abrir mis sentimientos y quizás llorar hasta deshidratarse entre sus brazos, mientras empapo su camiseta de lágrimas y me ahogo con mi propio llanto sobre su pecho, con Zack es una mirada amiga y vuelta a lo que estábamos haciendo.

Lo que con Lara sería enlazar un tema con otro y acabar boca abajo en el sofá comiendo helado hasta ver el amanecer mientras se reproduce música triste, vemos películas de desamor y nos ponemos en el peor de los casos una sobre el hombro de la otra, con Zack es una media sonrisa, un plan absurdo y risas aseguradas.

No está mal poder elegir qué necesitas en cada momento. Supongo que ahí empieza una de las bases del amor propio ¿No? Escuchar tu cuerpo, tu mente y tu corazón.

Y me siento muy afortunada de haber encontrado una familia fuera de los moldes. Aunque eche de menos las madrugadas de helado y melancolía. Aunque eche de menos a Lara y desee poder abrir mi corazón en su plenitud a Dylan, sin temor a que pueda sufrir por verme así, rota.

Al fin y al cabo, siento que Zack, sin conocerme del todo, me conoce muy bien. Pero yo no le conozco más allá de las olas, el rubio natural de sus largos y ondulados mechones, las risas y la mirada pícara a la hora de ligar con una tía.

Esta vez sin que sea parte de mi ansiedad, intuyo que está dispuesto a abrirse con una sola persona. Quiero arriesgarme. Saber si se trata de mí. Servir de apoyo como él lo es para mí.

El camarero nos sirve un cóctel sin alcohol a cada uno. El suyo es de arándanos. El mío es de limón. Antes de que pueda degustar el sabor que él se ha pedido, meto mi pajita en su copa y absorbo. Zack me tira del pelo, divertido. Y yo me río. Es asqueroso. Arrugo el morro y experimento un escalofrío. Demasiado ácido. Él rechaza la propuesta cuando le ofrezco probar el mío.

Lo miro con atención, con los codos sobre la barra y la cabeza ladeada hacia él.

—Cuéntame de ti —digo.

—¿Qué quieres saber?

—Todo cuanto quieras que sepa.

Zack duda por unos segundos. Le da un sorbo a su cóctel de sabor repugnante, se relame y suspira. Tengo comprobado que cuando hace esto último, es porque va a decir algo profundo. Siempre lo hace.

—¿Te acuerdas aquel día en la playa cuando irrumpimos todos por sorpresa en tu cita romántica con Dylan? —pregunta y asiento, con obviedad. Él ríe—. Durante un rato desaparecí. Ninguno se dio cuenta, menos tú. Lo supe porque, sin decir nada, me agarraste el dedo meñique y me lanzaste una mueca con sabor a "¿Todo bien?". Yo asentí con la cabeza y te revolví el pelo. No volvimos a hablar de lo sucedido, pero lo cierto es que sí que lo hice con Lara. Creo que, siendo honesto, ha sido lo único que he sido capaz de contarle sobre mí. Aron acababa de mencionar a su hermano, su muerte... se me removieron cosas por dentro, me reencontré con sentimientos que daba por extinguidos. Y tuve la tentación de agarrarte de la mano y llevarte hasta mar adentro y explicarte entre lágrimas cuánto dolor me producía hablar sobre la muerte en esos términos, pero no lo hice. Entonces te entendí, me puse en tu lugar. Todas esas veces que has huido. Te decía que sí, que lo entendía, pero lo cierto es que no, hasta que lo viví en mis propias carnes. Entonces ahí cambió todo. Mi relación contigo, conmigo, con la muerte, con mi hermano.

Nosotros Nunca [A LA VENTA EN PAPEL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora