No me puedo creer que esté diciendo esto.

—Ah ¿Sí? ¿Es ahora cuando pretendes demostrar amor? ¿Cuando ya no está? ¿Cuando no puede verlo? —me froto la cara con desesperación y avanzo un paso hasta ella. Agus se interpone entre nosotros, pero mi madre le hace un gesto para que se eche a un lado—. No te has quitado ni la puta placa. Llevas gafas de sol porque fingir las lágrimas era demasiado patético hasta para ti y no has tenido el valor suficiente de acercarte y preguntarme qué tal estoy.

—¿Cómo estás?

—¡Vete al infierno! —grito, dándoles la espalda.

Natalia se queda unos pasos atrás, justo al lado de mi madre.

—Serena, si alguna vez le has querido, vete.

Los seres humanos no nacemos siendo dependientes, es la vida quién nos enseña a serlo. 

El tiempo no cura, sino que acostumbra, nos vuelve apega a las cosas materiales, a las personas, a los momentos.

Nos vuelve adictos.

Adictos a la risa de tu pareja, al olor a la comida de tu abuela, a escuchar a papá contar anécdotas cada vez que viene del trabajo, a las compras interminables con mamá, a las tardes de inocencia y primeros amores con tus amigos en el parque...

Adictos a lo que ya no está, pero aún perdura.

Dependientes del amor y sus variantes.

Por eso hemos venido aquí, al restaurante de tortitas favorito de mi padre, ese al que nos traía a Eneko, Ulises y a mí una vez al mes después del colegio. Entro de la mano de Natalia, con la cabeza cabizbaja y los ojos hinchados. Me duele el corazón, pero algo dentro de mí renace cuando me siento en el lugar que ocupaba mi padre.

Zack pide una hamburguesa y yo comparto mis tortitas con Natalia. Apenas tengo hambre, pero picoteo alguna que otra. Solo quiero verlas ahí, en el plato. Junto al batido. Como si todo siguiera como antes, como si él no hubiera muerto.

—¿Crees que mi madre se ha ido del cementerio después de lo que le has dicho porque me quiere?

Rápidamente levanto la vista de la mesa y les observo. Zack y Natalia se miran entre ellos sin saber muy bien qué decir. Y lo entiendo. No sé cómo he podido pensar que ellos tendrían la respuesta.

—No necesito que me mintáis —les advierto.

—¿Por qué necesitas saberlo, Dylan? —pregunta Natalia. La miro con incredulidad. ¿Lo está diciendo en serio?—. Anclarte en eso es una de las peores formas de tortura que existen... Cada vez estarás más atado a lo que podría haber sido y no a la realidad.

—Ahora dime tú —miro a Zack—. ¿Crees que me quiere?

—Quién te quiere no hace que te odies, Dylan.

☾☾☾⋆☽☽☽

Nuestra vuelta a Vancouver estaba prevista desde hace una semana, pero el mismo día del vuelo la aerolínea canceló los billetes por fuertes tormentas. Decidimos quedarnos en Nueva York unos días más. Lo que tan solo iban a ser tres días, ha terminado siendo una semana y un día.

No sé si estar aquí me gusta o me aterroriza. Sea cual sea el sentimiento, lo necesitaba. Añoraba esto, caminar por las calles de mi ciudad, ir a comprar el pan a la panadería de siempre, salir a tomar el aire al jardín, cenar viendo las estrellas en el tejado...

El día de hoy lo hemos dedicado a hacer turismo por la ciudad. La he llevado al centro y le he mostrado algunos de los lugares más importantes. Con la noche bañando mi vecindario, Zack se resguarda del frío en casa y nosotros salimos a cenar. Le hemos invitado a salir con nosotros, pero desde que Lara se fue no es lo mismo. No tiene esas ganas locas por vivir. Parece serio, cabizbajo. Intento incitar al mal, que salga de su burbuja de oscuridad y desamor, que se olvide del mundo por unas horas tal y como lo hago yo, tratando de no pensar constantemente que hace una semana mi padre habitaba esta casa que ahora ha pasado a ser mía, sin mérito propio.

Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]Where stories live. Discover now