—Creo que Dylan se acuerda más de los momentos bonitos de lo que él quiere. A veces, necesitamos aferrarnos al dolor para poder olvidar. Cuando quieres tanto a alguien, justificas lo que siempre dijiste que nunca tolerarías. Te rindes a ese algo... a esa persona... hasta que te pierdes, porque la línea entre el querer, el amor propio y los principios de cada uno se difuminan hasta desaparecer. Entonces ahí solo queda una vía de escape que tomar y es la del rencor. —Rick me observa con ternura y me anima a que siga comiendo—. Dylan me reprocha justo eso, ese acto inconsciente en el que das más importancia a lo malo que a todo lo bueno que está ocurriendo en tu vida. Es inevitable, supongo. Una lucha constante entre lo que quieres, debes hacer y necesitas. No sé si debería de decir esto, pero creo que Dylan y yo estamos tan unidos porque nuestro punto en común es que estamos igual de rotos.

Rick me frota la espalda con la mano abierta.

—Eso no es malo —se limita a decir.

—Pero tampoco es bueno. En el otro hemos visto nuestra parte más vulnerable y la hemos abrazado. Hacemos el uno por el otro lo que nos hubiera gustado que hicieran por nosotros cuando nos rompieron.

—Llegará el día que ese hecho deje de ser tan obvio y seáis solo eso, dos personas completas que quieren complementarse —parece saber de lo que habla.

—¿Y si ese momento no llega?

—Entonces, uno, el otro o los dos tendréis que tomar una decisión.

Auch.

Me duele el pecho.

—¿Estás diciendo que deberíamos dejarlo?

—Estoy diciendo que Dylan y tú tenéis algo tan bonito y fuerte que sería una pena que se viera afectado por el daño que otras personas os han causado.

La conversación termina cuando Dylan aparece por arte de magia, lleno de sudor y rojo como un tomate. Me roba una tortita que enrolla y se mete en la boca de un bocado, pero vuelve a desaparecer sin decir nada. Rick lo ve marchar con los ojos vidriosos.

—Lo supe desde el mismo momento en el que nació —dice Rick—. A Serena le costó tantísimo pronunciar «es igualito a ti...». Lo pude ver en su mirada. La pena. El niño no se parecía en nada a mí.

Realmente, para no compartir ADN, son dos gotas de agua, tanto por fuera como por dentro. Y creo que esa es una de las cosas más bonitas que posee Dylan.

—¿Por qué te hiciste cargo de un niño que no era tuyo?

—Porque para mí lo era. Yo había visto a ese garbancito crecer en el vientre de la mujer a la que quería. Ese niño no tenía la culpa de haber nacido en una relación en la que sus padres no se querían como debían. Merecía lo mejor y yo se lo iba a dar, porque sabía que el verdadero no lo haría nunca, aunque eso significara trazar una vida desde la mentira.

—Dylan tiene mucha suerte de tenerte como padre —mi voz se quiebra al pronunciar la última palabra. No sé cómo, ni porqué, aunque intuyo las respuestas... pero comienzo a llorar. Rick me abraza—. Gracias —musito débilmente.

—¿Por qué?

—Porque desde que se murió mi abuelo, no me habían vuelto a abrazar de esta forma.

—¿Lo echas de menos?

—¿A quién? ¿A mi abuelo? —asiento rápidamente.

—A tu padre —concreta.

Clavo la mirada en el mármol y expulso todo el aire que queda en mis pulmones. Muy a mi pesar, niego sutilmente con la cabeza, mientras la última lágrima cae por mi mejilla, rajando mi piel.

No se puede echar de menos algo que nunca has tenido.


Dylan.

Bajo las escaleras frotando mi pelo mojado con una toalla pequeña. Abajo solo existe el silencio. Para ser muy temprano, mi padre no parece estar tarareando una de sus canciones favoritas mientras hace el desayuno.

Termino de bajar el último escalón al mismo tiempo que me sacudo la humedad del pelo, que queda completamente despeinado. Al instante, veo a Natalia de rodillas en el suelo, con los ojos muy abiertos y la mano en la boca. Zack se acerca hasta mí y sin venir a cuento me abraza.

¿Qué coño está pasando?

Le aparto de un zarpazo y al fijarme en sus ojos frunzo el ceño. Lucen rojos.

Camino hasta Natalia en silencio. A medida que me acerco a ella, veo la silueta de un cuerpo estirada sobre el sofá. Son los zapatos de mi padre. Con dos pasos más que avanzo, compruebo lo que parecen ser los pantalones de mi padre. Y cuando llego hasta ella, justo detrás de donde situada de rodillas en el suelo, lo veo a él. Tumbado. Con los ojos cerrados y el brazo colgando del sofá. Sus dedos rozan el suelo. Y su alma el cielo.

—No respira, Dylan —dice Natalia, rota en llanto.

—He llamado a la ambulancia —anuncia Zack.

Abro los ojos cuanto puedo y al instante dejo de ver con claridad. Mi visión se vuelve borrosa y me cuesta respirar. Natalia se gira todo lo rápido que puede ante el grito de alerta que emite Zack al verme caer a plomo contra el suelo. Me he dado un golpe en la cabeza y me duele la nuca. Siento frío en la parte superior. Y todo se funde a negro.

Al abrir los ojos, mi cuerpo lo rodean dos personas vestidas de un color llamativo. Incorporo mi cuerpo como puedo y alcanzo a ver cables a mi alrededor, médicos que van y vienen y mucha pero que mucha gente. Al fondo del salón, mi madre.

Me levanto automáticamente y con los ojos llenos de lágrimas, cojo a un médico por el chaleco y le digo:

—¿Y mi padre?

—Dylan... —murmura Zack, agarrándome del brazo.

—¡¿Dónde está mi padre?!

—¡Cálmate! —grita mi madre, desde la distancia.

—¿Cómo dices? —las aletas de mi nariz se abren y se cierran. Ella permanece estática. No tiene los ojos rojos. Las lágrimas no inundan su rostro. La pena no vive en su interior—. Vete de esta casa.

—No. Necesitas un adulto que...

—¡Vete! ¡Ahora yo soy el adulto! —bramo, sin parar de llorar. Natalia me mira con la mano en la boca, ahogando la tristeza—. No intentes hacer de adulto ahora, ya es tarde. Me dejaste solo cuando más te necesitaba. Ya no me haces falta.

Mi madre me aparta la mirada con rabia. Se queda mirando el cuadro que cuelga de la pared. Es una foto en la que salimos los tres. Ella. Mi padre. Yo. Voy hasta él. Limpio mis lágrimas con el antebrazo, lo descuelgo, cojo el primer rotulador que encuentro y tacho mi cara. Regreso de vuelta a ella y se lo entrego con desprecio.

—Ahora vete.

Ella no responde. Observa el cuadro en silencio,

—Así podrás recordarle sin necesidad de pensar en mí.

Nosotros Nunca [YA A LA VENTA]Where stories live. Discover now