—Un cóctel Sex on the beach, camarero —grita Dan, desde la mesa, mientras levanta la mano. Andrea toma asiento a su lado. La carta de cócteles le tapa la cara. Esto no puede ser real—. ¡No tengo todo el día!

Mi compañera, o sea, la compañera de Zack me chista con superioridad. Me lanza una libreta que tiene un boli sujeto y lo cojo al vuelo. Entiendo que tengo que ir a tomarles nota, pero trabajar ofreciendo unos servicios a dos de las personas que marcaron mi adolescencia no forma parte de mis planes. Aun así, me ato el delantal negro a la espalda y salgo de la barra, no sin antes guardar el pendrive en mi pantalón.

Zack Wilson se va a pasar el resto de su vida haciéndome favores si no quiere morir.

—Disculpe ¿Qué quería?

Dan eleva la mirada y sonríe de forma maquiavélica.

—Lo has oído perfectamente, camarero. A mi novia ponle un refresco de limón.

—Granizado de limón —concreta Andrea. Sin mirarlos, asiento con la cabeza y lo apunto en el papel. Cuando me estoy dando la vuelta añade—: Dylan ¿Encontrasteis a tu novia?

—Sí —me limito a decir, dando la vuelta. A ella le sostengo la mirada, a Dan no.

—Primero tu madre, después tu novia y ahora tu padre. ¿Estamos ante la maldición de los Brooks? —se burla Dan, pero al ver el gesto serio de mi rostro, corrige la postura sobre la silla y baja la cabeza—. Nos hemos enterado de que el estado de salud de tu padre ha empeorado. Meses de vida le quedarán ¿no?

Andrea se llena los pulmones de aire y suspira.

—Serían veinte dólares. ¿Tarjeta o efectivo?

—No puedes fingir mucho tiempo más que no sabes quién soy, Brooks.

—¿A qué coño has venido, Dan? —mascullo.

—Pasábamos por aquí.

—Ya, claro —ironizo.

—¿No crees que eres mayorcito para saber que el mundo no gira alrededor de ti? Que tu madre te abandonara de pequeño, tu novia te pusiera los cuernos, tu mejor amigo te traiciona, tu padre postizo se muera y tu novia sea una pobre muñequita maniatada no te hace especial. Acéptalo.

Mi sangre bulle.

Si en estos momentos el trabajo de Zack no dependiera de mí, iría a por ese gilipollas y le daría su merecido. Muerdo mis labios con fuerza, reprimiendo las ganas que tengo de mandarlo todo a la mierda y les doy la espalda. Cuando llego a la barra los observo discutir.

—¿No vas a servir a la clientela?

—Hazlo tú.

—¡Es tu trabajo!

—Te equivocas —le recuerdo, con una sonrisa—. Además ¿qué esperas obtener después de terminar tu contrato aquí? ¡El dueño no te va a regalar el chiringuito! Tanto Zack como yo somos iguales a ti, no seas tan dura con el chaval.

Ella refunfuña, pero no continúa la discusión. Me quito el delantal y ocupo un puesto detrás de la barra. De reojo veo como camina con la bandeja sobre la mano con las dos bebidas de Dan y Andrea, que pellizca con ternura a su novio en el brazo y camina hacia aquí. Clava los codos sobre la barra y sonríe.

—¿Qué maldad tramas? Si el granizado de limón está amargo, no puedes culparme a mí. No lo he hecho yo.

—Tienes que volver a Nueva York.

No respondo.

—Tu padre, Dylan. Está muy grave.

—No me ha dicho nada —contesto, con seguridad.

Nosotros Nunca [A LA VENTA EN PAPEL]Where stories live. Discover now